Historias del Concilio pretende dejar testimonio de casi treinta años de dados y rol.

En 1991 compré mi primer juego de rol. Fue El Señor de los Anillos, el juego de rol de la Tierra Media, traducido, publicado y distribuido en septiembre de 1989 por la editorial barcelonesa Joc Internacional. Era un libro de “tapa dura” con una ilustración de Angus McBride en la portada. Desde entonces y hasta hoy han pasado por mis manos literalmente docenas de manuales y entre mis amigos y yo hemos hecho rodar, literalmente, decenas de miles de dados de múltiples caras.

En 2011 hizo veinte años de nuestra primera partida y, puesto que ahora apenas si tenemos la oportunidad de quedar un par de veces al año, decidí embarcarme en el proyecto de rescatar algunas de las historias que durante este tiempo he compartido con ellos para, tras darles un formato digno, compartirlas con quien quiera leerlas. Me he propuesto publicar una aventura o módulo cada trimestre alternándolos con otras entradas sobre mi pasado, y escaso presente, como jugador y director de juego. Algunos de los módulos serán algo viejunos. Los hay bastante elaborados y otros muy sencillos. Más largos y completos o meras escenas, casi eventos para una partida rápida. Si alguien se reconoce en una de estas historias, gracias por haberlas jugado conmigo y bienvenido.

29 julio 2014

Hijos del Dios Sol - Más Allá de la Ciudad Sagrada

Tras los textos dedicados a Chakapuma os ofrecemos ahora una serie bastante larga sobre las culturas y pueblos más relevantes que habitan Karuchaqana. Nos son todos los que están ni están todos los que son pero si se ofrece una imagen global de que puede enoncontrarse en las islas continente de Hanan y Hurin.
 
MÁS ALLA DE LA CIUDAD SAGRADA
Con todos sus defectos Chakapuma, la ciudad sagrada, es un remanso de paz y civilización en medio de la vorágine que consume a Karuchaqana. A medida que el viajero se aleja de sus ciudadelas se expone a grandes peligros. Los territorios salvajes están plagados de bestias y pueblos bárbaros que no conocen amigo. Los grandes imperios no son más seguros, inmersos en continuas guerras, combatiendo por la tierra, los recursos, el amor de un dios o el derecho a existir.
 
Más allá de la ciudad sagrada Karuchaqana es un lugar inhóspito y cruel en el que solo los más capaces sobreviven. Las grandes culturas tratan de domesticarlo con sus canales y andenes, con caminos y ciudades. Los menos dotados se dejan llevar por los días y toman aquello que reciben de la madre tierra con humildad, sabedores de que el día que sigue pueden no disponer de nada. Los hay incluso que vagan sin rumbo ni destino, siguiendo las oportunidades que el archipiélago les ofrece.
 
SENDAS Y CAMINOS
Karuchaqana es un lugar salvaje y en su mayor parte sin civilizar pero durante ciclos los sikimira de Hanan han trazado a través de la selva y las montañas caminos y sendas empedrados para comunicar una comunidad con otra y para que cada una de estas disponga de rutas que le permitan ejercer un control efectivo sobre su territorio. La red vial sikimira recibe el nombre de Qhapaq Ñan y tiene la doble función de facilitar el comercio y la administración.  Los kumihin de Hurin han realizado un esfuerzo similar si bien menos productivo. Las sendas en la isla continente del sur son pobres y estrechas y solo la muy transitada  ruta entre Chakapuma y Hunza.
 
Las sendas tienen diferentes tamaños según sea el territorio por el que circulan y su estado y calidad varía desde pistas estrechas y serpenteantes sin pavimentar a caminos empedrados y bien conservados.
 
Las dos rutas principales discurren desde Chakapuma hacia el norte, resiguiendo la costa de levante y enlazando las ciudades de los Señoríos de Ñawpa la primera y hacia el oeste por la orilla del  Quchanchik la segunda. Estos caminos están protegidos por muros de contención allí donde las nieves de la  Rit'ijina pueden amenazarlos y los tramos susceptibles de ser inundados han sido equipados con  sistemas de drenaje para las aguas; en las partes desérticas se han acondicionado canales en los lindes para que el viajero calme su sed y árboles frutales guardan los flancos de estos ofreciendo sombra de los caminantes. En los desiertos de la costa donde el viento cubre con arena los caminos se han colocado postes jalonándolo para evitar que el viajero se extravíe. Los Herederos de la Luna guardan y conservan la ruta del mar interior mientras que las comunidades que se desarrollan a lo largo de la ruta de levante se hacen cargo de esta. El estado de cada sección varía según los recursos de cada comunidad y en los territorios en litigio puede que incluso llegue a desaparecer pues la construcción de caminos es dura y peligrosa y solo se dedican esfuerzos a algunos tramos durante períodos de tregua.  De todas formas mantener una ruta en condiciones  es una demostración de poder sobre el territorio por lo que las reinas y señores no suelen escatimar esfuerzos en la tarea para asegurarse  el control sobre las provincias anexadas, de esa manera se pueden trasladar más rápidamente los funcionarios y las tropas.
 
Una tercera ruta se une al camino del norte desde los Anti y asciende hasta el altiplano. Es el Camino de Warmi. La ruta que la madre de los Hijos de la Primera Esposa del Sol seguirá hasta Chakapuma el día que retorne al Gran Paitití.
 
A estas rutas principales se une una red de caminos secundarios menores que unen las diferentes comunidades y ciudades de cada región.
 
La construcción de puentes se hace indispensable debido a la realidad geográfica de Hanan y Hurin y estos se presentan en múltiples formas manifestación del poderío tecnológico de los sikimira. Los puentes más comunes están ejecutados con troncos de árboles y los elaborados con trenzas de diversas fibras. Hay puentes, flotantes, colgantes e incluso sistemas de poleas y levadores en las zonas de muy difícil acceso.
 
A la entrada de los puentes se apostan locales cuya función es cobrar un peaje proporcional a la carga que se pretende trasladar a los foráneos. Estos peajes suelen ser elevados per olas ventajas de emplear las rutas sikimira bien merecen lo que cuestan.
 
CARAVANAS Y MENSAJEROS
Por dura que se presente una negociación, todos los mercaderes están de acuerdo en que la parte más complicada y tensa de su trabajo es el transporte de los productos y materias primas desde su origen hasta el lugar en el que habrán de ser vendidos. Pocos pueden decir que han vivido aventuras con más razón que un comerciante veterano.
 
Uno de estos curtidos individuos seguramente podría entretener a cualquiera durante días contando las terribles situaciones en las que se ha visto a lo largo de sus viajes.
 
En un mundo en el que la mayoría de la gente no abandona nunca su ciudad natal, el viajar está lleno de emociones y para nada exento de peligros.
 
La caravana media es una visión impactante, compuesta por numerosos comerciantes, esclavos y bestias de carga, sin olvidar a los guardias armados. Aunque existen caravanas de menor tamaño, sobre todo las que precisan de discreción, no son algo habitual. La mejor defensa contra bandidos, animales salvajes u otros peligros es el número.
 
Compartir monturas, comida y mercenarios durante el viaje es una sabia medida, y muchos olvidan las rivalidades comerciales una vez puestos en camino. Hoy por ti mañana por mí.
 
Aquellas caravanas que pueden aprovechan los caminos y sendas de Hanan y Hurin pues vale la pena pagar los peajes que las reinas y señores imponen a cambio de la relativa seguridad y la indiscutible comodidad que proporcionan.
 
A lo largo de los caminos se han levantado puestos para el descanso  conocidos como tampus algunos de los cuales pueden alojar a varias docenas de viajeros y disponen de corrales para karhuas. Las comunidades locales se encargan del mantenimiento de los tampus y el viajero está obligado a entregar a cambio un tributo en especia a cambio del alojamiento.
 
Los mercaderes que deben apartarse de las grandes rutas y caminos han de estar seguros de que el riesgo merece la pena y de que al final de la aventura les espera una recompensa suficiente pues los riesgos que corren son innumerables.
 
Los Hijos de la Primera Esposa del Sol han puesto en marcha un sistema especial de correos llamados chasquis. A aquellos elegidos para esta tarea  se les prepara desde la infancia facilitándoles poca comida y bebida de forma que se acostumbren a la dureza de su labor. Los mensajes se transmiten de forma oral y los chasquis han jurado mantener en secreto la información que transportan. En ocasiones estos correos se encargan de portar pequeñas mercancías cuya entrega pueda considerarse urgente.
 
Los chasquis recorren pequeñas etapas de la ruta relevándose unos a otros de forma que la información viaje de forma ininterrumpida de un lugar a otro. Este sistema permite a la reina Warmi y su corte mantener un control efectivo sobre todo su territorio e incluso intervenir en lo que acaece en la Ciudad Sagrada pues entre Chakapuma y Qosqo los chasquis se relevan cada tres mil varas que recorren tan rápido como pueden. Esto permite que en solo dos amaneceres el sacerdote de la Ciudadela de la Primera Esposa del Sol haya alertado a su reina sobre cualquier acontecimiento relevante ocurrido en la ciudad sagrada.
 
Los Herederos de la Luna por su parte confían en sus caravanas comerciales para trasladar la información. El sistema es más lento pero también menos costoso. Cualquier otra reina o señor sikimira debe confiar en sus súbditos o lacayos, o incluso mercenarios, para trasladar información más allá de sus dominios.

22 julio 2014

Hijos del Dios Sol - Chakapuma - Parte IV

Última entrada dedicada a la mayor de las urbes de Karuchaqana. Chakapuma, la muchas veces sagrada, es un crisol de culturas y ello marca el día a día de sus habitantes.
 
LAS LENGUAS
La ciudad sagrada recibe a gentes de muchos orígenes y cada uno trae consigo su lengua propia. Pero entre todas ellas no hay ninguna más importante que el Qichwa, la lengua de Inti, aquella con la que el Dios Sol se dirigió a sus hijos en los días de júbilo y abundancia. El Qichwa es el idioma de los templos y los sacerdotes y es también la lengua que los sikimira han tomado como propia, la lengua de los verdaderos y únicos hijos puros de Inti. Pese a que existen multitud de registros y dialectos el Qichwa se ha convertido en la lengua franca de Chakapuma y también en gran parte de Hanan. 
 
Pero el Qichwa no es la única lengua en la que se ora en la Ciudad Sagrada. Los pallaysu tienen sus propias lenguas, la más extendida de las cuales es el Arawak. Una lengua  antigua que se escuchó de norte a sur de Karuchaqana antes de que el Qichwa la ahogara. Ahora solo se puede oír a los más antiguos de entre los pallaysu emplearla, normalmente en susurros secretos que pretenden ocultarla de la ira de los sikimira. La influencia entre ambas es manifiesta y los vocablos comunes son muchos pero las diferencias son igualmente evidentes y para el no versado en ambas tanto la una como la otra resultan inteligibles. Los sikimira consideran el Arawak la lengua de los pecadores y está prohibida en muchos templos y lugares. Es también la lengua de los esclavos, de la suciedad, del desorden y el caos.
 
Además del Qichwa y el Arawak en las calles de la Ciudad Sagrada no es extraño escuchar los ecos del Myuskkubun de los kumihin de Hurin, el Reo de las islas de Chakapwasiwarana y los cientos de lenguas de los thamaykachay y el resto de pueblos salvajes, el Tup, el Chib o el Kairb, todas ellas con sus dialectos y formas.
 
Desde hace algunas generaciones el Yakinlastirma de los wayrurongo, el idioma en el que se ha realizado la Promesa, ha hecho también acto de presencia. Es el idioma en el que los misioneros wayrurongo ofician sus servicios y el que estos emplean para comunicarse entre ellos. Si los sikimira desprecian el Arawak, lo que sienten por el Yakinlastirma no puede considerarse más que odio. Emplear el idioma de la Promesa en un templo de la Ciudad Sagrada puede ser castigado incluso con la muerte. 
 
KHIPU
La escritura es un bien sagrado  propio y exclusivo de los sacerdotes sikimira, hijos predilectos de Inti y depositarios de su sabiduría. La enseñanza de la escritura se realiza en los templo y solo a aquellos individuos destinados a asumir las más altas responsabilidades. De esta forma el clero se asegura una posición de poder como albaceas de la historia y la memoria del Entom. Solo el Qichwa, como lengua propia del Dios Sol, está destinada a ser registrada y solo el Qichwa tiene una correspondencia directa con el sistema de hebras de colores nudos y formas que conforman el qhipu.
 
El qhipu es el soporte físico de la palabra de Inti. Un cordel largo del cual penden una serie de cordeles de distintas longitudes y colores a distancias variables entre ellos y sobre los que se realizan nudos de diferentes formatos. No es un texto propiamente dicho sino más bien un grafismo que permite, a modo de regla nemotécnica, recitar historias, secuencias, o números.
 
Para los comunes, las castas menos capacitadas, los esclavos y las especies impuras los khipus son un enigma indescifrable, un acertijo inalcanzable, y a su vez un pecado mortal pues la muerte es el castigo para el maestro que enseñe a un profano a leerlos y para el alumno que mostrase suficiente destreza para para aprender el complejo arte de descifrarlos.
 
Sin embargo un nuevo arte ha llegado a Karuchaqana de la mano de los wayrurongo. Un arte que permite que las palabras de todas las especies y todas las lenguas queden registradas. Un arte blasfemo e impío a los ojos de los sacerdotes de la Ciudad sagrada que los más capaces de los misioneros y señores de Kovan practican con impudicia. La pluma y el papel son objetos extraños todavía pero la palabra del creador puede tocarse gracias a ellos.
 
EL DIA A DIA
La vida en la Ciudad Sagrada es dura para la mayoría y exigente incluso para los que ocupan la cúspide de la pirámide social. Todos tienen a que dedicar su jornada desde el momento que el Dios Sol se asoma por el horizonte hasta que se retira en poniente.
 
El primer rayo de sol es recibido con las armonías que desde todos los templos a Inti dedicados en Chakapuma le agradecen la luz y el calor que porta. Son los rituales del despertar. Las puertas de las ciudadelas se abren y los trabajadores, siervos  y esclavos doblan su espalda para ofrecerse a su dios, su comunidad o su amo.
 
Gastronomía
Pese a que en los platos de los señores de la Ciudad Sagrada no falta comida tampoco cometen excesos. Es cierto que son los únicos que comen carne pues a los siervos y esclavos les está vetada y solo tienen la oportunidad de probarla en celebraciones o fechas señaladas pero no es menos cierto que la dieta de unos y otros se organiza alrededor de la los platos cocinados a base de sara o apharuma.
 
El primero es un cereal cuyo grano puede ser tostado, hervido, molido y amasado. La segunda un tubérculo carnoso que puede ser asado, hervido, secado o preparado de mil formas distintas añadiendo múltiples especias y condimentos. Pese a ello la dieta es variada pues se complementa de diferentes tipos de verduras y hortalizas preparadas de diversas formas.
 
Las castas menos favorecidas toman dos comidas al día, a la novena y décimo octava hora, mientras que los esclavos suelen tener que conformarse con solo la primera de ellas. El plato principal suele ser el chuño, preparado a base de harina de apharuma deshidratada a la que se añade agua, ají y sal para después hervir la masa resultante. Todo ellos se presenta en cuencos de barro o madera cuando no en el mismo recipiente en el que se cocinó El menú se completa con preparados de chuwi muy especiados, frutos o legumbres.
 
En la mesa de los más afortunados no puede faltar la carne de karhua o paqucha, pero también de quwi o pili, todas ellas asadas o hervidas. Los ágapes dan comienzo con un surtido de frutas tras los cuales se presentaban los principales manjares sobre esteras de junco trenzados. Los comensales disponen de platos de cerámica o, si pertenecen realmente a la elite de la ciudad, de cobre, bronce o incluso oro y plata.
 
No es común mezclar el alcohol con la comida pero una vez terminada esta es habitual consumir grandes cantidades de chicha, una bebida fermentada no destilada de grano de sara cuyo color varía según la tipología del cereal empleado. La chicha de jora, de color amarillento y alto grado alcohólico es la más popular de estas bebidas  que se emplean también para usos ceremoniales.
 
Música y Danza
Entre la cacofonía que conforma el paisaje sonoro de la ciudad sagrado no es difícil encontrar el son de armonías y melodías musicales. La música y la danza tienen un papel capital tanto en la vida diaria como en la religiosa de Chakapuma.
 
Cada práctica de la vida cotidiana tiene su representación musical. Se ejecutan danzas y melodías durante las labores agrícolas para amenizar las duras jornadas de trabajo, y existen otras dedicadas a la ganadería, el trabajo artesano, la guerra, los funerales, los ritos de iniciación y obviamente para las celebraciones y el culto. Tanto la música como la danza cumplen un importante rol en la cohesión de cada comunidad.
 
Se caracteriza por ser pentatónica sin tonos intermedios, y es interpretada mediante instrumentos de viento que simbolizaban el cielo y de percusión que simbolizaban la naturaleza. No se emplean ni conocen los instrumentos de cuerda.
 
Entre los instrumentos más populares se encuentran las flautas de caña, carrizo, huesos o cerámica. Las hay pequeñas y grandes y de  número de cañas variados. Las quenas, pincullos o antaras pueden verse por toda la ciudad. Se conoce por tinya a los tambores pequeños y por huáncar a los de mayor tamaño y sonido más grave. Los cascabeles y sonajas acompañan por norma general a los danzarines añadiendo sonoridad a la composición.
 
Los intérpretes pertenecen a todas las castas y su desempeño suele estar vinculado a una representación o ambiente. Los músicos sikimira de los templos entonan las melodías en las ceremonias religiosas y las danzas que las preceden y cierran. Los errantes thamaychakay interpretan sus tonadas en los mercados y calles de la ciudad a cambio de unas monedas y los más diestros de los pallaysu confortan el corazón de sus compañeros en las horas de asueto al final de un día de duro trabajo.
 
Deportes y Pasatiempos
La vida en la Ciudad Sagrada no deja mucho tiempo para los deportes y los pasatiempos ni siquiera a los más dignos de los sacerdotes que se deben a su comunidad y culto. Con todo es habitual que las celebraciones importantes se acompañen de eventos en los que los más diestros ponen a prueba sus capacidades.
 
Muchos de estos eventos tienen un valor simbólico muy fuerte y están relacionados con hitos en la vida de la ciudad. La cosecha de la sara suele acompañarse de juegos en los que grandes hachones de paja, grandes como un sikimira, son prendidos en los campos y se hacen rodar los unos contra los otros tratando de expulsar del área de juego a la pieza de los rivales.
 
Otros juegos de pelota se realizan antes de la siembra y otros en conmemoración de momentos clave en el itinerario del Dios Sol por la bóveda celeste.
 
La lucha es, sin embargo, la gran pasión de los habitantes de la Ciudad Sagrada. Pese a que la violencia en Chakapuma está prohibida rara es la noche en la que no tienen lugar un combate. Los grandes señores abandonan al amparo de la noche sus ciudadelas y acuden a los apartados recintos de las afueras en los que siervos y esclavos se baten por una pingue recompensa en la mayoría de los casos.
 
Las apuestas son comunes y los campeones suelen recibir el patrocinio de valedores que los acomodan en sus ciudadelas y les procuran una vida más digna de la que conseguirían por otros medios. Raros son los sikimira que participan de estos combates pues ellos prefieren que sean los pallaysu o chutu waqracha los que sufran los rigores de la lucha para su divertimento. Estos se enfrentan con las manos desnudas lo que no impide que más de uno resulte gravemente herido o incluso que muera.
 
Estos encuentros secretos son tolerados por los sacerdotes de la mayoría de las ciudadelas, los más impíos de los cuales incluso acuden a ellos.

15 julio 2014

Hijos del Dios Sol - Chakapuma - Parte III

Tercera entrada sobre Chakapuma, la muchas veces sagrada. En esta ocasión con relatos sobre la ecónomia de la ciudad. Todavía habrá una cuarta publicación sobre Chakapuma, dedicada a las lenguas, la escritura y la vida cotidiana en la ciudad, para después proseguir este relato con textos sobre los pueblos más allá de la ciudad sagrada.
 
AGRICULTORES Y ARTESANOS
Chakapuma es una ciudad en continuo crecimiento y con una actividad frenética pero incapaz de alimentarse a sí misma. Los extensos campos que la rodean no proporcionan provisiones más que ara una pequeña parte de la población. La Ciudad Sagrada vive de las ofrendas que los grandes señores de Karuchaqana realizan. A diario llegan caravanas cargadas de grano, algodón y especias para los dioses.
 
Las ciudadelas sin embargo mantienen a algunos de los más diestros artesanos de Karuchaqana y sus obras son preciadas tanto en Hanan como en Hurin. 
 
Cultivos
A medida que uno se aleja del Hatum Qhapana la Ciudad Sagrada pierde en densidad y los campos labrados ganan presencia. Estos campos de cultivo son propiedad de las ciudadelas y hasta aquí se trasladan cada mañana aquellos trabajadores y esclavos que no duermen junto a ellos. Los primeros lo hacen para ofrecer su trabajo como ofrenda al templo que les da cobijo, los segundos para ganarse el derecho a seguir con vida. 
 
El llano alrededor de la ciudad está surcado de canales y depósitos igualmente propiedad de las ciudadelas y cuya agua es origen de no pocas discusiones. En Chakapuma la lluvia es escasa, y la única forma de regar los campos es mediante esta elaborada red de surcos, que envuelve las extensas tierras de cultivo que rodean la Ciudad Sagrada alimentados por pozos y depósitos. Esta red forma una compleja maraña de arterias que permiten al vital líquido regar las semillas que alimentarán a los hijos del Dios Sol.
 
Su trazado y correcto mantenimiento representa una de las tareas más importantes de los señores de las ciudadelas. Son una precisa obra de ingeniería, planeados al detalle para no desperdiciar ni una gota de agua; cuidadosamente optimizados y con un trazado casi perfecto, constantemente actualizado.
 
El cultivo más habitual es la sara, seguido de la apharuma, el inchik y los chuwi. También se cultivan con frecuencia frutas como la chirimoya o la papaya, además de otras legumbres, tubérculos  y hortalizas.
 
Como cabría esperar, todo el trabajo manual relacionado con la agricultura lo llevan a cabo los esclavos, que trabajan incansablemente, de sol a sol. Luchan continuamente por arrancar de la tierra lo suficiente para poder sobrevivir una estación más, sabiendo perfectamente que, si no hay alimento para todos este año, no serán los sacerdotes los que se queden en ayunas.
 
Animales
La correcta marcha de la ciudad está intrínsecamente ligada a los animales domésticos, y sin ellos la vida tal y como se conoce sería imposible. Los habitantes de Chakapuma han plegado a su voluntad muchos tipos de bestias, obteniendo de su explotación tanto materias primas como alimento. 
 
Posiblemente las reses más numerosas sean las karhuas y las paquchas. Su carne se consume fresca o en charqui y chalona; con su lana se confeccionan hilos y tejidos; sus esqueleto y excrementos tienen aplicaciones diversas como: instrumentos musicales, calzado, medicinas y abono respectivamente. También son los animales preferidos para los sacrificios religiosos. 
 
Los rebaños comunales son propiedad de las ciudadelas y se encontraban al cuidado de jóvenes esclavos que cuidan de ellos en los prados a las afueras de la Ciudad Sagrada.
 
Es un trabajo mucho más peligroso de lo que parece, pues a menudo caen presa de depredadores, incursores o ladrones.
 
Pero también se han domesticado otros animales. En corrales y granjas en el interior de las ciudadelas cerca de las ciudades pueden encontrarse  pilis y quwis. Éstos son criadas con muy diversos fines, como la obtención de carne o de huevos.
 
Todos ellos son vigilados por el allqu, el compañero más fiel del hijo del dios sol, que ha estado a su lado desde tiempos inmemoriales. 
 
Sin embargo no hay animales en Karuchaqana que proporcionen la fuerza física necesaria para el transporte de las vitales mercancías que llegan a la ciudad Sagrada desde cada rincón del mundo.
 
Pero no todos los animales que habitan cerca de la civilización traen beneficios al hijo del Dios Sol. Muchos hacen su hogar en ciudadelas y campos de cultivo en contra de la voluntad de sus propietarios, y no ocasionan más que problemas. 
 
Tienden a reproducirse con rapidez y atraer enfermedades, suciedad y problemas. En los casos más extremos incluso pueden provocar hambrunas al acabar con las reservas de alimentos u ocasionar incontrolables epidemias. Estas criaturas se hallan en tal variedad que resulta imposible enumerarlas a todas.
 
Artes y Artesanía
Miles de dotados artesanos trabajan de sol a sol en Chakapuma. Muchos de ellos son esclavos dedicados a producir los objetos de consumo diario pero también hay diestros maestros que crean artículos de gran belleza y excelsa factura. El arte y la artesanía son el principal valor de la Ciudad Sagrada y los beneficios que le reporta solo son superados por aquellos que la bendición de los dioses le ofrece. Ceramistas, tejedores, orfebres y otras docenas de oficios rivalizan por crear las piezas más hermosas que se utilizarán después en las ceremonias o se intercambiarán por grano para viajar después a los palacios de los señores y reinas de Chakapuma.
 
La Ciudad Sagrada es el hogar de gentes llegadas de todos los rincones de Karuchaqana lo que ha dado lugar a un mestizaje cultural rico y cambiante.
 
La cerámica que se produce en la Ciudad Sagrada se caracteriza por sus superficies pulidas, su fina decoración representativa de tendencia geométrica y el uso de los colores amarillo, negro, blanco, rojo y anaranjado. Suele decorarse con rombos, líneas, círculos, animales y frutos estilizados, así como plantas y flores. Se producen una amplia variedad de formas, tanto de cerámica fina, como de la doméstica sin decoración. Esta última se produce en masa mediante moldes de diferentes tipos los que permite series estandarizadas.
 
La producción textil es una de las principales industrias de la Ciudad Sagrada en la que se confeccionan finas vestimentas con adornos de plumas de exóticas, exquisitos bordados con adornos de oro y plata, además, se de ropa de uso común. Las técnicas más empleadas son las del hilado,  el brocado, la tapicería, la doble tela, el entrelazado, las caras de trama y urdimbre, y el anudado. 
 
El tejido es un elemento de especial importancia y valoración en Chakapuma, por lo tanto todas las ciudadelas de relevancia disponen de sus propios talleres  donde se  confeccionan tanto prendas finas como burdas. Una de las prendas más valoradas son los uncus, camisolas  caracterizadas por estar adornadas con figuras bordadas de carácter geométrico llamadas tocapu de gran complejidad y variedad de detalles. Las técnicas más empleadas son las del hilado,  el brocado, la tapicería, la doble tela, el entrelazado, las caras de trama y urdimbre, y el anudado.
 
La relación de los Hijos del Dios Sol con los metales es prolífica y los orfebres de la Ciudad Sagrada compiten en igualdad de condiciones con los mejores maestros de entre los Hijos de la Primera Esposa del Sol y los Herederos de la Luna. Los orfebres y artesanos del metal de Chakapuma trabajan el cobre, el bronce, la plata y el oro, siendo el repujado y calado de láminas el procedimiento más utilizado aunque también se emplean moldes de diferentes tipos. Los grandes hornos de sus talleres escupen al cielo oscuras columnas de humo visibles desde toda la ciudad y en su interior se producen desde adornos y hermosos objetos para uso ritual, en los que las decoraciones son eminentemente geométricas, hasta agujas para vestir, material quirúrgico o herramientas para el campo. 
 
EL COMERCIO
Como se ha dicho la Ciudad Sagrada es incapaz de mantenerse a sí misma y depende de los productos que llegan de otros lugares de Karuchaqana para subsistir. Por ese motivo el comercio es una de las actividades más importantes que se realizan a la ciudad. Chakapuma necesita alimentos y materias primas y sus artesanos producen productos elaborados de todo tipo y condición. Todo aquello que las ciudadelas no pueden conseguir en forma de ofrenda deben adquirirlo en el mercado.
 
En Chakapuma no se conoce la moneda y solo los Herederos de la Luna emplean el sul, una pieza rectangular y alargada de cobre como objeto de cambio. 
 
Todas las gestiones comerciales en los que no participa un Heredero de la Luna, e incluso muchas de estos, se llevan a cabo mediante el trueque, el intercambio directo de bienes. Esto deja un mayor espacio a la negociación, brillando con especial intensidad aquellos comerciantes más hábiles en este arte.
 
A pesar de todo, hay un producto que, por su especial demanda, puede servir como cambio casi universal para cualquier otro: el grano de sara. Resulta fácil darle salida y siempre está demandado, por lo que ciertas medidas del mismo (en volumen) son lo más parecido, con la excepción del sul, que existe en Karuchaqana a una moneda de cambio. 
 
Muchos comerciantes pensarán en cuánta cantidad de grano pueden obtener por algo y valorarán si lo que pretenden conseguir a cambio tiene un valor parecido.
 
Sin embargo, no siempre es práctico manejar el grano, especialmente si se están cambiando bienes tan valiosos que las cantidades a manejar serían poco prácticas. 
 
Para el fácil transporte de riqueza se emplea el oro. Pequeños fragmentos de este metal, cortados conforme a un peso estándar, es la forma de comerciar con objetos valiosos o caros, y de llevar una pequeña fortuna encima sin tener que recurrir a carros enteros cargados de sara.
 
También se puede recurrir a otros metales preciosos, como la plata o el platino, o incluso a gemas y joyas, pero todos ellos, incluido el oro, pueden sufrir cambios radicales de valor en función de dónde se encuentre uno.
 
Además, en el caso de las piedras preciosas, éstas no pueden ser partidas en fragmentos más pequeños para pagar con sólo una parte de ellas.
 
En un sistema como éste es imprescindible tener un conjunto de medidas preciso, que permita medir con exactitud cuánto se está cambiado. Éste es uno de los motivos por  el que mayores discusiones se originan en el mercado. Las naciones de Karuchaqana no comparten el mismo sistema de medidas y la traducción de uno a otro puede ser problemática y no siempre inmediata.
 
Afortunadamente en la Ciudad Sagrada algunos sistemas han ido imponiéndose sobre otros y los comerciantes que entran y salen de forma regular acaban por asumirlos como propios. 
 
Entre las unidades de medida de capacidad más comunes está la pokcha, que hace referencia a la cantidad de producto que puede almacenar una tinaja de media vara de alto. La potcoy hace referencia a la cantidad de grano de sara que cabe en la concavidad formada con ambas manos de un sikimira y el runcus a unas cestas grandes empleadas para medir volúmenes de productos como grano, tubérculos u hortalizas. El peso de un runcus lleno de grano de sara se emplea igualmente como medida de peso y para piezas pequeñas es común emplear el muru, peso de un grano de sara. Los comerciantes de Chakapuma emplean balanzas de platillos y redes para comprobar equivalencias y evitar ser engañados.
 
El tupu es la unidad de medida de superficie más común. En términos generales se define como el lote de tierra requerido para el mantenimiento de un sikimira adulto.  No corresponde a una medida exacta, pues sus dimensiones varían según las condiciones de cada terreno pues se tiene en cuenta   la calidad del suelo y de acuerdo con ello se calcula el tiempo de barbecho que es necesario tras varias cosechas.  Por norma general sin embargo se asume que una superficie de sesenta por sesenta varas configura un tupu genérico.
 
La unidad básica de longitud es la vara o rikra, altura media de un sikimira adulto y también su envergadura. El cuchuch, la distancia medida desde el codo hasta el extremo de los dedos de la mano de un sikimira adulto se emplea para objetos menores a una vara y la capa, palmo de un sikimira adulto, y el yuku ancho de un dedo de sikimira adulto para las dimensiones todavía menores.

08 julio 2014

Hijos del Dios Sol - Chakapuma - Parte II.

Segunda publicación referente a la ciudad sagrada de Chakapuma, centro religiosos y económico de Karuchaqana. En esta se incluye una descripción física de la ciudad.
 
CHAKAPUMA
CIUDADELAS Y ARRABALES
La ciudad sagrada cubre una enorme superficie de territorio entre Hanan y Hurin. Docenas de islas conectadas por puentes en una tupida malla que ha unido el norte y el sur de Karuchaqana.
 
En total el área urbana de la Ciudad Sagrada cubre una superficie próxima a los 60000 tupus. Ha eso hay que añadir una cantidad equivalente de superficie de cultivo.
 
La mayor parte de la superficie urbana está ocupada por las ciudadelas, recintos amurallados de forma vagamente rectangular que acogen en su interior uno o varios templos y a la comunidad que los sirve. Algunas ciudadelas menores, sin embargo, no están dedicadas a deidad alguna. Son las viviendas de aquellos a los que el Dios Sol ha sonreído con su bendición y prosperado lo suficiente como para rodearse del lujo.
 
Un caos de pequeñas edificaciones organizadas en un laberinto de callejas estrechas ocupa los espacios entre una ciudadela y otra, extendiéndose al norte y al sur hasta desaparecer devorada por los campos de sara y anpi. Son los arrabales en los que moran aquellos con menos recursos.
 
El paisaje local se completa con  serie de estructuras dispersas como depósitos, caminos, cementerios, acequias y diques que acaban de dar forma a Chakapuma. Además cientos de grandes pozos a los que se desciende a través de estrechas rampas que discurren por su perímetro abastecen a los habitantes de la Ciudad Sagrada de agua.
 
Chakapuma se ha construido empleando materiales propios de la región. El barro y la caña se combinan para dar forma tanto a los más suntuosos palacios como a las viviendas más humildes. En ocasiones estos se han decorado con pinturas policromadas pero por lo general el ocre domina el territorio dando color a los muros y calles por igual.
 
Las ciudadelas
Se dice que la Ciudad Sagrada alberga sesenta ciudadelas aunque en realidad su número varía al caer algunas, abandonadas por sus moradores o su Dios, y levantarse nuevas promovidas por señores lejanos o dedicadas a nuevas deidades.
 
Aunque la diferencia de tamaño entre la mayor y la menor de las ciudadelas es enrome todas ellas comparten características formales. Son áreas cercadas de forma rectangular orientadas hacía poniente, el lugar donde se encuentra el paraíso del Gran Paitití. Todas disponen de un único acceso ubicado en el muro de levante y la zonificación interior es, en líneas generales, idéntica. Obviamente cada comunidad tiene sus particularidades y las diferencias en la población que albergan exigen de variaciones necesarias pero el esquema genérico se repite.
 
Por lo general están divididas en tres sectores: El sector de levante, el central y el de poniente.
 
El sector de poniente recibe al visitante. Tras cruzar la menuda puerta horadada en la muralla un patio amplio circundado por muros bajos a derecha e izquierda del cual se encuentran los talleres y depósitos diversos sirve para oficiar las ceremonias menores de tipo público.
 
Un único acceso que se alcanza tras subir una pequeña rampa da paso al sector central.  Los primeros espacios al otro lado del acceso se denominan audiencias y albergan pequeños templos abiertos a los fieles en los que se realizan las oraciones y se depositan las ofrendas. Las audiencias sirven también como espacios de recepción y reunión en el que se completan las tareas administrativas de la ciudadela.
 
El sector central alberga también los almacenes y las residencias de los más notables habitantes de la ciudadela no vinculados directamente al templo principal.
 
El sector de levante está generalmente fragmentado en porciones independientes. En la más importante de estas se encuentra el templo principal, por norma general constituido por una  pequeña pirámide trunca de baja altura, en el interior de la cual se ofician los rituales diarios  destinados a complacer a la deidad correspondiente. El resto de secciones del sector de poniente incluyen pozos ceremoniales, residencias del clero, almacenes de bienes y ofrendas y otros recintos organizados alrededor de espacios abiertos en los márgenes de los cuales se levantan construcciones sencillas que acogen las actividades domésticas de los habitantes menos relevantes de la ciudadela. Son los dormitorios de esclavos y siervos, guardias y artesanos que comparten su espacio vital con las  cocinas y otras estancias similares. Es aquí también donde se ubica el pozo de agua que abastece a todos los habitantes de la ciudadela.
 
Las edificaciones en el interior de las diversas  ciudadelas ofrecen una gran variedad de formas y diferencias en cuanto al tamaño y calidad de sus construcciones según sea la riqueza de la comunidad que las ocupa. Sin embargo, tanto las ciudadelas construidas alrededor de los templos más importantes como las pequeñas estructuras propiedad de los mejor posicionados  socialmente comparten la mayoría de  características, como son patios, audiencias, depósitos, pozos de agua, orientación y distribución interna.
 
Estos edificios no sirvieron únicamente como residencias y centros de adoración, sino, también a una vasta gama de actividades relacionadas con la administración. Todas las ciudadelas se han erigido  mediante muros de adobe sobre cimientos de piedra unidos con barro, más anchos en la base y angostos en la cima.  El adobe es un material hecho de barro mezclado con arena, cascajo y a veces fragmentos de cerámica, dispuesto sobre moldes y endurecido tras secarse al sol.
 
Los techos se confeccionan entretejiendo atados de paja colocada sobre estructuras de madera. Los muros que circundan las ciudadelas pueden alcanzar hasta las doce varas de altura y las cinco varas de espesor en su base y son una defensa formidable tanto contra los posibles enemigos como contra el viento que habitualmente barre la ciudad.
 
· Ciudadela de Inti
La mayor de las ciudadelas de Chakapuma es la que protege el Hatum Qhapana, el templo del Dios Sol. El templo está situado justo sobre el punto en el que le gran puente de piedra sobre el mar terminaba y la ciudadela ha crecido alrededor de este a medida que el culto ha ganado adeptos y las ofrendas se han multiplicado.
 
El templo en si es una pirámide truncada de más de treinta varas de altura que puede verse desde casi toda la ciudad, su sombra marca el paso de las horas y su mera presencia hace que sea difícil perderse. Solo los sacerdotes pueden acceder a las estancias sagradas del interior del gran templo pero algunas de las ceremonias más importantes se celebran en la cúspide de la misma de forma que todos los fieles puedan participar de estas. El Hatum Qhapana, como es lógico, ocupa el lugar preeminente del sector de levante de la ciudadela que está circundada por una enorme muralla de doce varas de altura. En ese mismo sector se encuentran  las residencias de los sacerdotes, a la derecha del templo, y la del resto de habitantes de la ciudadela, a la izquierda de este. Mientras las estancias de los sacerdotes son amplias y espaciosas, están bien organizadas y dispuesta de forma que la vida en ellas sea cómoda y fácil, el recinto para el resto de habitantes de la ciudadela es una suerte de barriada caótica que circunda el pozo y en el que esclavos y siervos se mezclan con guaridas y artesanos. Con todo estas residencias son más cómodas y confortables que las que pueden encontrarse en los arrabales y a los afortunados que habitan en el interior de la ciudadela no les falta ni el agua y ni los alimentos.
 
El sector central está organizado alrededor de un gran estanque ceremonial y dos espacios abiertos dedicados igualmente a ceremonias privadas. Múltiples almacenes para las ofrendas rodean estos espacios y a su vez más de una docena de audiencias dedicadas a dioses menores del panteón solar completan el conjunto. Los fieles pueden acceder a las diferentes audiencias para solicitar la bendición de las deidades y depositar sus ofrendas que los sacerdotes retiran de forma regular a medida que se van acumulando frente a los iconos de las divinidades. El tráfico es intenso tanto de día como de noche pero los visitantes guardan pacientemente su turno sabedores de que el Dios Sol les observa.
 
El sector de poniente contiene la única entrada recinto y la gran plaza pública a la que todos los habitantes de Chakapuma tienen permitido acceder. Esta está circundada por los talleres de los artesanos del templo y es aquí donde las ceremonias públicas se celebran. Una plataforma central domina el espacio y es habitual que se formen colas ante la pequeña portezuela que da acceso a las audiencias del sector central. Solo los habitantes de la ciudadela pueden ir más allá del sector de levante y el acceso que se realiza a través de angostos pasillos es celosamente guardado por sacerdotes y penitentes.
 
Los muros interiores de la Ciudadela de Inti están ornados con elaborados frisos y relieves que acompañan al visitante en todo el recorrido. Según se avanza hacia el interior del complejo los ornamentos son cada vez más suntuosos y se combinan con tapices y alfombras de vivos colores y piezas de oro y plata así como delicada cerámica elaborada por los artesanos del templo. 
 
Los sacerdotes de mayor rango raramente abandonan la ciudadela y cuando lo hacen es en palanquín pues se les está prohibido pisar la tierra impura que se extiende fuera de la muralla. Son los sacerdotes de menor rango los que se encargan de los menesteres administrativos y de la relación de la comunidad con el resto de la ciudad. 
 
El templo también mantiene un cuerpo de guardias conocidos como penitentes. Estos individuos han cometido crímenes atroces en el pasado y se han ofrecido en sacrificio a Inti para expiar su culpa. No temen la muerte por que están oficialmente muertos y solo permanecen en Karuchaqana para ejercer de brazo ejecutor del Dios Sol hasta el día en que sean sacrificados en su honor en el altar del Hatum Qhapana. Son también ellos los que vagan por la Ciudad Sagrada asegurándose de que no se comete ofensa alguna contra el padre de la vida y ninguna estancia está prohibida para ellos ni ninguna puerta permanecerá cerrada en su camino. 
 
Además de los sacerdotes y los penitentes en la ciudadela viven cerca de tres mil esclavos, siervos y artesanos, lo que eleva el número total de habitantes de la ciudadela hasta casi los seis mil, una décima parte de la población de Chakapuma. La mayoría de los primeros son pallaysu aunque también hay thamaychakay y algunos sikimira  chutu waqracha o kumihin. Los artesanos y siervos, por el contrario, al igual que los sacerdotes, son en su mayoría sikimira. Ninguno ha nacido en Chakapuma, pues no hay reinas en la ciudad, y todos fueron ofrecidos al templo como ofrendas por sus familias, señores o reinas. Una vez han cruzado la puerta del templo dejan de pertenecer a su comunidad de origen para convertirse en miembros de la ciudadela. Esto provoca que haya entre los habitantes una disparidad de tamaños formas y colores que abarca prácticamente todos los espectros posibles.
 
· La Ciudadela del Pequeño Sol
Su nombre real es la Ciudadela de Inti Munakuq pero son pocos los que se refieren a ella con de esta forma.  Popularmente se conoce como la Ciudadela del Pequeño Sol término acuñado con cierta sorna debido al tamaño de la misma comparado con el de la Ciudadela de Inti. La Ciudadela del Pequeño Sol alberga en su zona noble un templo dedicado a Inti cuyas proporciones resultan ridículas al lado del  Hatum Qhapana. En general, la ciudadela en si presenta una imagen ajada y pobre. Las murallas que la circundan, ya de por si no muy impresionantes, adolecen de falta de mantenimiento y la puerta del pequeño acceso en la fachada de poniente ha perdido la policromía original con la que se decoró.
 
El nombre común que las gentes de Chakapuma han dado a la ciudadela hace también referencia al culto que acoge y a los fieles que lo secundan. Inti Munakuq es una versión amorosa del Dios Sol. Un Dios Sol que ama a todas las especies por igual pues todas son sus descendientes, que no se encolerizó, ni abandonó a los suyos porque siempre ha estado en el cielo observándoles. Los sacerdotes que oran en el templo no lo hacen para pedir perdón y anhelando regresar al paraíso pues el paraíso para ellos es Entom mismo y su misión es trabajar para convertir el mundo en digno de su creador. 
 
Todo el mundo es bienvenido en la Ciudadela de Inti Munakuq y el patio del sector de poniente está circundado por pequeñas construcciones algo precarias que dan cobijo a enfermos y necesitados a los que los sacerdotes tratan de forma altruista. 
 
El Willaq uma observa con recelo la actividad en la Ciudadela del Pequeño Sol. No deja de ser una herejía pero mientras sus feligreses sigan siendo esclavos  y siervos, vagabundos y descarriados no representará un amenaza. Tales creyentes no realizan ofrendas relevantes y eso empuja a la pobreza a los sacerdotes cuya generosidad los arrastra a la decadencia y eventualmente a la desaparición. Lo cierto es que sin el apoyo de un benefactor la Ciudadela de Inti Munakuq tiene los días contados y su obra benéfica desaparecerá con ella.
 
· La Ciudadela de la Primera Esposa del Sol
Los Hijos de la Primera Esposa del Sol veneran a Inti por encima de todos los dioses pero rinden culto igualmente a su reina Warmi, la primera esposa del Dios Sol y reina eterna de Entom. La ciudadela de la Primera Esposa del Sol ha crecido enormemente durante las últimas estaciones y si bien no es la segunda en extensión sí que se ha convertido en la segunda más poblada con alrededor de cuatro mil Hijos de la Primera Esposa del Sol haciendo noche en el interior de sus muros, incluyendo una fuerza militar de alrededor de seiscientos soldados.
 
La estructura genérica de la ciudadela sigue los patrones habituales pero presenta algunas particularidades. Solo se permite el acceso a la plaza pública a los sikimira pues los Hijos de la Primera Esposa del Sol consideran al resto de especies impuras y culpables de la ira de Inti que empujó a su reina al exilio. Los Hijos de la Primera Esposa del Sol tienen prohibido incluso dirigir palabra alguna a los individuos de otras especies ni por lo tanto tratar con ellos en modo alguno. Incluso los sikimira que no rinden culto a la Primera Esposa del Sol no tienen permitido ir más allá de la plaza pública de la ciudadela y el acceso a las audiencias les está barrado.
 
El templo principal de la ciudadela tiene una doble función y se ha construido para cumplir con ambas. Además de ser el lugar principal de culto en el que se ofician las ceremonias más importantes es también la morada que ocupara Warmi en su viaje de regreso al Gran Paitití el día que el puente se levanté de nuevo. Se trata de una pirámide truncada que, al contrario que el resto de las de Chakapuma, se ha levantado en bloques macizos de roca transportados directamente desde el altiplano. Esto ha enfurecido al Willaq uma que considera que erigir un templo tan hermoso a una reina en la Ciudad Sagrada supone una ofensa contra el Dios Sol.
 
La ciudadela de la Primera Esposa del Sol se financia exclusivamente mediante las ofrendas de los hijos de esta y todos los habitantes de la misma son originarios de esta comunidad. Algunos viajan hasta Chakapuma solo para permanecer un tiempo ofreciendo su capacidad de trabajo como ofrenda o pago tributario y después regresar a la cordillera. Es raro ver a un Hijo de la Primera Esposa del Sol por las calles de la Ciudad Sagrada pues raramente abandonan la ciudadela y si lo hacen es para regresar a su hogar en las montañas o, en ocasiones especiales, orar en el Hatum Qhapana.
 
· La Ciudadela de la Luna
El principal templo dedicado a Khilla, la diosa luna hermana de Inti, se encuentra en esta ciudadela controlada por los sacerdotes de la Casa de la Luna. Si se compara con el Hatum Qhapana o la ciudadela de la Primera Esposa del Sol la ciudadela de la luna es relativamente modesta. Apenas dos mil individuos forman la comunidad pero al contrario que en otros lugares el grupo mayoritario en este caso son artesanos y comerciantes.
 
Los herederos de la luna son ávidos mercaderes y la plaza pública de su ciudadela se convierte todos los días en un mercado alternativo en el que los productos importados desde la Sian se intercambian por otros llegados de otros lugares o producidos en Chakapuma. Este mercado privado además tiene la particularidad de aceptar los sul, unas piezas rectangulares de cobre que funcionan como moneda de curso y facilitan el intercambio. Es posible que algunos mercaderes en el mercado principal acepten también los sul como pago por sus productos pero no es habitual. Solo en la plaza pública de la ciudadela de la luna estas tiras de cobre tienen un valor real. 
 
· La Ciudadela de Supay
Bajo la superficie de Entom se encuentra el Supaihuasin, el inframundo ígneo en el que habitan los muertos y en el que reina Supay. Supay es la encarnación de los misterios selváticos y causante de los maleficios, pestes, inundaciones, sequías y todo cuanto hiere la imaginación y horroriza.

Los habitantes de Karuchaqana temen a Supay pero también le honran. Han construido altares y templos en su honor y en ellos realizan ofrendas para ganarse su protección o agasajarle para que no les toque con su oscuridad.

Muchas ciudadelas incluyen altares o audiencias dedicadas al rey de los muertos pero solo hay un único templo consagrado a Supay y alrededor de este ha crecido una ciudadela que se encuentra entre las mayores de la ciudad.

El templo en si es una gran pirámide truncada de varios niveles cuyo tamaño solo está por detrás del Hatum Qhapana y el macizo templo de la Primera Esposa del Sol. Oscura como el la divinidad a la que está consagrada la leyenda dice que bajo el templo hay todo un complejo de túneles y escaleras que descienden prácticamente hasta los dominios del mismo Supay en las profundidades de Entom. En su consagración se sacrificaron tres reinas sikimira pues no hay ofrenda que complazca más al rey de los muertos que el alma de una esposa de Inti.

La ciudadela de Supay recibe sin embargo recibe importantes ofrendas de reinas y siervos por igual pues es de sabios congratular al rey de los muertos. Esto le ha permitido crecer de forma constante y mantener a una población de varios  miles de personas que habitan en el interior del recinto que está circundado por impresionantes murallas de color negro. Los sacerdotes que atienden el templo llegan a él como ofrendas de sus señores y reinas y una vez iniciados en el culto raramente abandonan el recinto. El resto de los que habitan la ciudadela son prácticamente todos ellos esclavos pues solo por la fuerza sería posible conseguir que alguien hiciera noche en un lugar tan siniestro.

La estructura de la ciudadela sigue los cánones habituales con el templo situado en la zona noble de levante y el acceso en la muralla de poniente. El silencio reina en el interior de la ciudadela y aquellos que acuden a las audiencias a depositar sus ofrendas suelen demorarse solo el tiempo justo y necesario.

· La Ciudadela de Qocha
Justo sobre la orilla de levante, con sus murallas siendo acariciadas de forma constante por las olas y la espuma del mar se levanta la ciudadela de Qocha. De proporciones relativamente modestas acoge en su patio de bienvenida el mercado de pescadores más importante de Chakapuma, pues no hay lugar más adecuado para este que a la sombra del templo de Qocha, la diosa del mar y sus mareas, de los lagos, ríos y fuentes de agua, la madre de los manantiales. Ella calma las aguas bravas y llena las redes de los pescadores.
 
El mercado del patio de bienvenida suele estar lleno de vida desde primera hora del día y las audiencias reciben al amanecer a los pescadores en busca de buena fortuna y protección para la jornada que tienen por delante y a los que regresan por la tarde a agradecer a Qocha que les regale una nueva jornada de vida.
 
La ciudadela recibe ofrendas de muchas de las comunidades sikimira que pueblan la costa de levante de Hanan lo que, unido al movimiento del mercado le proporciona una economía desahogada aunque está lejos de competir con las grandes ciudadelas de Inti, Supay o de la Primera Esposa del Sol. Entre sacerdotes, artesanos, siervos y esclavos aproximadamente un millar y medio de almas viven bajo la protección de Qocha tras las murallas de la ciudadela que están decoradas con relieves que recuerdan el oleaje del mar.
 
· La Ciudadela de Illapa
Pese a que Illapa es un dios popular el templo a él consagrado en Chakapuma es pequeño. Muchas otras ciudadelas conservan en sus audiencias imágenes o ídolos de Illapa y son muchos los que hacen allí sus ofrendas y oraciones al dios de la lluvia, el rayo y el trueno. Los grandes templos de Illapa se encuentran en realidad en las cumbres del Anti, cerca del dios al que en ellos se veneran y son estos los que reciben las mayores ofrendas.
 
La ciudadela de Illapa es por tanto pequeña y apenas acoge a medio centenar de individuos que viven de forma modesta y sencilla. Solo cuando la sequía se cierne sobre Chakapuma sus altares se llenan de presentes y sus audiencias de fieles en busca del perdón por haberle desatendido. Es entonces cuando le ruegan que tronar con su honda, cuya piedra contiene el rayo y el relámpago.
 
Se dice que Illapa es un dios distraído y que es esto lo que causa los intermitentes periodos de escasez.  Pero también  es un dios compasivo es por ello que cuando la sequía se alarga más de lo conveniente y no hay signos de que vaya a terminar se atan allqus negros en el patio del templo para que padezcan el hambre y la sed de forma que su sufrimiento compadezca al dios y este envíe a la lluvia en su ayuda.
 
· La Ciudadela de Aykisi
El anhelo de muchos en la Ciudad Sagrada es lograr abandonar los arrabales. Aquellos a los que la fortuna ha sonreído y disponen de los recursos suficientes para ello construyen sus propias ciudadelas, replicas a escala de las grandes estructuras que circundan los templos. Aykisi, es un orfebre thamaychakay cuyos trabajos prendaron los ojos de muchos sacerdotes y se ha ganado con ello una posición envidiable. Ahora tiene a otros tres thamaychakay trabajando a su taller y cuatro pallaysu de su propiedad que se encargan de las tareas mundanas del día a día.
 
Su ciudadela se encuentra lejos de la zona noble y las dimensiones de la misma son discretas. Los muros que la rodean apenas alcanzan las cuatro varas de alto y en lugar de adobe se han levantado con qincha, mucho más barata. El patio del sector de levante es pequeño y se esfuerza por no dejarse ganar terreno tanto  por los talleres a la derecha como por los almacenes a la izquierda. El sector central incluye una única audiencia, pequeña y discreta en la que Aykisi recibe a sus compradores y cierra los tratos. Un segundo recinto guarda el pequeño pozo del orfebre. El sector de poniente está dividido en tres espacios. El central lo ocupa el mismo Aykisi. Su estancia es sencilla pero amplia y cómoda. Los artesanos que trabajan para él comparten el espacio a la derecha y los esclavos pallaysu el de la izquierda que hace las veces también de cocina.
 
Los Arrabales
En el espacio que queda libre entre una ciudadela y otra se amontonan gran cantidad de viviendas de pobre construcción, a manera de barrios marginales. , los arrabales lo son de la pobreza y la miseria. En estas barriadas hacen su vida la mayoría de los esclavos. En su mayoría ocupados por pallaysu y thamaychakay, aunque también algunos sikimira caídos en desgracia, que caminan por calles sucias y estrechas, por algunas de las cuales ni siquiera cabría un animal. Sus cuerpos se apelotonan unos contra otros, y pasan las noches en humildes viviendas, si es que se les puede llamar así. Las casas se amontonan, compartiendo muros para ahorrar en lo posible y con pequeñas puertas como único acceso al interior de las mismas.
 
Estas edificaciones difieren completamente, en cuanto a sus características, de las ciudadelas. Son construcciones que presentan una fuerte aglomeración y sin orden aparente. Están hechos con muros de canto rodado de media vara de alto, que sirven de base para paredes de quincha, con techos del mismo material, soportados por horcones de madera. La qincha consiste fundamentalmente en un entramado de caña recubierto con barro barato y sencillo de levantar.
 
Aproximadamente dos tercios de la población de la Ciudad tienen la desgracia de vivir en estos arrabales, la mayoría de ellos esclavos; aquellos que son lo bastante poco afortunados como para no tener su hogar cerca de sus amos en las ciudadelas. Casi todos ellos se dedican a duras tareas físicas, como el cultivo o la producción de bienes pues en los arrabales se alojan también muchos artesanos menores o peregrinos sin recursos. La densidad de población es increíblemente alta y las condiciones de vida lamentables.
 
Los deshechos se acumulan en las aceras, atrayendo la enfermedad y provocando un hedor insoportable, exacerbado por la descomposición que ocasiona el fuerte sol en las basuras. Las calles zigzaguean en ángulos impredecibles, haciendo que hasta el trayecto en apariencia más simple se convierta en algo tan difícil como salir de un laberinto para aquellos que no conocen un determinado barrio.
 
Y no sólo eso, sino que la propia estructura de los arrabales cambia continuamente. Como los edificios no reciben el mantenimiento adecuado y están construidos con materiales pobres, se deterioran con facilidad; en pocos años se derrumban, haciendo que los que los habitaban deban buscar otro hogar. Un hogar que construyen donde pueden, deprisa y corriendo, en el primer hueco que son capaces de encontrar.
 
A consecuencia de esto, lo que antes era una calle al poco tiempo se convierte en un edificio y viceversa. Alguien que pasara unos meses alejado de los arrabales de su ciudad podría encontrarse al volver con que no logra orientarse.
 
En lo que respecta a la seguridad, mientras que en las ciudadelas apenas si hay peligros, en los arrabales no hay nadie que se encargue de que no se produzcan problemas. O mejor dicho, sí hay quienes se ocupan de este trabajo, pero sólo ofrecen su protección a aquellos que la “merecen”. Bandas de mafiosos, criminales, ladrones y asesinos campan a sus anchas por las zonas más pobres de la ciudad.
 
Más de un thamaychakay ha llegado a amasar grandes fortunas y alcanzar un nivel de vida francamente envidiable a base de aprovecharse de sus vecinos, dedicándose a actividades poco lícitas. Pero mientras no pongan la mano encima a ningún sacerdote o no ofendan al Dios Sol pueden estar tranquilos.
 
El Mercado
Tan bullicioso como los arrabales, pero por otros motivos muy diferentes, el mercado de Chakapuma cubre un amplio espacio abierto frente a la ciudadela del Hatum Qhapana.
 
En esencia no es más que una enorme plaza vacía pero en ella se llevan a cabo actividades de una enorme importancia para el buen funcionamiento de la Ciudad Sagrada. Sobre su superficie cientos de comerciantes montan sus puestos a diario, e infinidad de emprendedores ofrecen sus servicios.
 
Lo mismo puede encontrarse en el mercado a un nómada thamaykachay que intenta conseguir un buen cambio por su karhua, como un sacerdote sikimira que inspecciona impertérrito una partida de esclavos pallaysu con ojos inquisitivos.
 
Aquí se llevan a cabo todo tipo de trueques, desde los más humildes, como lana de paqucha a cambio de grano de sara, a los más extravagantes, como un uturunku albino por una espada de acero wayrurongo ricamente labrada.
 
Pero los negocios más tradicionales no son los únicos que se dan en el mercado, a pesar de lo que el nombre pueda sugerir. También es habitual ver mercenarios reunirse en torno al poste de reclutamiento, adivinos que ofrecen sus servicios a todo el que pasa o atrevidos tahúres organizando timbas de juegos de azar. Y de otras actividades comerciales es mejor no hablar.
 
El mercado es el lugar más colorido y llamativo de Chakapuma. Pero bajo ningún concepto se puede bajar la guardia ni dejarse distraer por el espectáculo; a pesar de los esfuerzos de los penitentes, se encuentra entre los sitios favoritos de los amantes de lo ajeno para hacer gala de sus habilidades.
 
El Templo de la Promesa
Perdido entre los arrabales que se apelotonan sobre la playa del Quchanchik se encuentra la pequeña estructura de qincha que los wayrurongo han erigido para rendir culto al creador. El edificio, sencillo y parco en decoraciones, tiene planta circular y frente a su entrada principal las chabolas han dejado un pequeño espacio abierto. El interior es igualmente austero. La luz que se filtra por las estrechas ventanas apenas llega a iluminar la sala en el centro de la cual hay un altar de roca y sobre el que pende una talla policromada en forma de circunferencia mecida por la tenue brisa que llega del mar a través de las ventanas.
 
En la parte trasera hay un pequeño patio y varias salas menores en las que hacen su vida los misioneros.
 
Los sacerdotes wayrurongo ofician servicios cinco veces al día y el recinto suele estar abarrotado en todos ellos e incluso es común encontrarse a fieles orando a otras horas.
 
El templo ha sufrido ya dos incendios en menos de un cuarto de generación pero ha sido reconstruido en el mismo lugar tras cada uno de ellos. Hay quien asegura que estos incidentes no son casuales y que el mismísimo Willaq uma ha  conspirado con la intención de expulsar de la Ciudad Sagrada a los adoradores del falso Dios.