LOS PALLAYSU
Los dóciles y sencillos pallaysu son la única
especie sobre Karuchaqana que iguala en
número a los sikimira, pero sus limitaciones les impiden rivalizar con estos.
Sin ambiciones, estas criaturas viven en comunidades pequeñas y apartadas,
desplazados de las tierras más fértiles por los mucho más capaces sikimira. Eso
cuando no trabajan directamente para estos como esclavos sin derechos.
Ciertamente algunos de ellos incluso agradecen esa vida miserable que les
libera de los peligros de las selvas y les ofrece comida y refugio. El precio
que pagan por ello sin embargo es extremadamente alto.
Los pallaysu se reproducen rápidamente y su
población crece a un ritmo vertiginoso solo limitado por los recursos a su
alcance. Son los grandes triunfadores de las estaciones azul y verde pero
también los primeros que sufren el declinar del sol.
Humildes en todos los aspectos ya sea en
libertad o cautiverio viven vidas sencillas alejadas de grandes ideales u
objetivos. Solo algunos individuos sobresalientes han recibido del Dios Sol el
don de la curiosidad y el deseo de prosperar.
ESCLAVITUD
Los sikimira son una especia capaz y
disciplinada pero su población crece despacio lo que limita desarrollo. La
esclavitud es parte esencial de la economía de estas comunidades sikimira que
necesitan de mano de obra para prosperar
y los pallaysu son su presa preferida. En algunos casos los esclavos son
tan importantes que sin ellos estas comunidades no podrían sobrevivir.
Los esclavos llevan a cabo tantas tareas de tan
diversos ámbitos que sería imposible enumerarlas todas. Agricultores,
ganaderos, mineros, pescadores, constructores, tenderos, artesanos, guardias,
soldados, administradores, poetas e incluso amantes, no hay prácticamente
ninguna profesión, salvo las relativas al gobierno, que no lleve a cabo algún
esclavo en alguna parte de Karuchaqana.
En lo que respecta a sus derechos, no tienen,
como cabría esperar, casi ninguno. Aunque su nivel de vida puede variar mucho
(hay esclavos domésticos que viven rodeados de más comodidades que muchos sikimira,
todos ellos son considerados propiedad de sus dueños, como podría serlo un
karhua o unas sandalias. Debido a esto, un sikimira tiene la potestad de matar
a un esclavo que le importune, pero tendría que responder ante su amo por la
pérdida económica que esta muerte le ha causado.
Aunque la vida de estos pobres diablos está en
manos de sus amos, rara vez sufren su ira. Así como la mayoría de nosotros no
le haríamos daño a un animal que viéramos por la calle, de igual
forma los sikimira harán lo propio al
encontrarse con un esclavo. Es más, algunos incluso llegan a cogerles bastante
cariño, aunque el sikimira medio ni siquiera les presta atención.
Los esclavos no tienen por qué pertenecer a un
individuo en particular. Bien podrían ser propiedad de una familia, de un
templo, del dios que adoran en él, de una reina o de su comunidad.
De hecho, un gran porcentaje de los esclavos
pertenecen las comunidades ya se trate de imperios, señoríos, ciudadelas o
templos, especialmente aquellos dedicados a cultivar los campos y atender el
ganado.
Los esclavos pallaysu toman normalmente el credo
y fe de sus amos y se integran en su estructura económica y social ocupando el
escalafón más bajo de la misma. Son mansos y obedientes, nada rencorosos y muy
agradecidos.
Los más dotados de entre los
esclavos pallaysu muestran en ocasiones un afán por ganar su libertad o por
reforzar su propia identidad que es desconocido en la mayoría. Estos rasgos son
considerados peligrosos por los amos sikimira que tratan de apartar y eliminar
a estos portadores del germen de la rebelión. Por ello muchas veces este anhelo
secreto se esconde y cultiva en la oscuridad a la espera de una oportunidad
para revelarlo.
SACH’ARUNA
Las comunidades
libres de pallaysu son innumerables. Los Yechikin y Busin. Los Serankua, Windiwameina,
Singunei, Zigta, Yeurwa, Gumuke, Yeiwin, Seiarukwingumu, Buyuaguenka, Simonorwa
y cientos de otros pueblos viven en las
profundidades de las selvas de Hanan y Hurin, en las riveras occidentales del
archipiélago y en los rincones ocultos a los que la civilización no ha llegado todavía.
La mayor de ellos es quizá la de los Nabusimake que caza y recoleta en la
rivera del gran río verde de Hanan.
A todos ellos sin
distinción los sikimira los conocen como los sach’aruna, los salvajes.
Las comunidades son
pequeñas y están dispersas aunque es relativamente común que se reúnan para
efectuar intercambios o ceremonias. Trazan su linaje por línea matriarcal y
suele ser la hembra de mayor edad la que dirige cada comunidad.
Sus economías son muy básicas centradas en la
recolección y la caza. Algunas comunidades realizan pequeños cultivos de yuca o
apharuma y producen alcohol
haciendo fermentar grano de cereal silvestre. El nivel tecnológico es nimio y
su artesanía sencilla y básica. Varones y hembras decoran sus cuerpos con
pinturas y joyería de piedra, hueso o cascaras, apenas si visten ropas y
caminan descalzos.
Los chamanes dirigen la vida espiritual de
los sach’aruna cuyos mitos y creencias varían de comunidad en comunidad. Son
populares los cultos a los antiguos, a las generaciones pasadas y los espíritus
de los que murieron. En aquellas zonas en las que han tenido contacto con sikimira
o kumihin algunos pueblos cultivan una u otra forma del Mito de Inti si bien
estás suelen ser retorcidas y bastante distantes de las versiones más comunes.
Algunos misioneros wayrurongo se han asentado
entre los sach’aruna y sus enseñanzas han cautivado a las primeras comunidades
que oran al creador con la esperanza de una vida eterna.
Los sach’aruna recelan de
los extranjeros, en especial de los sikimira a los que temen por encima de
todo. Son tímidos y huidizos y tratan de evitar el contacto con los foráneos.
Han sufrido la ira y ambición de las especies más capaces y temen verse sometidas
por ellas y perder su libertad.