Historias del Concilio pretende dejar testimonio de casi treinta años de dados y rol.

En 1991 compré mi primer juego de rol. Fue El Señor de los Anillos, el juego de rol de la Tierra Media, traducido, publicado y distribuido en septiembre de 1989 por la editorial barcelonesa Joc Internacional. Era un libro de “tapa dura” con una ilustración de Angus McBride en la portada. Desde entonces y hasta hoy han pasado por mis manos literalmente docenas de manuales y entre mis amigos y yo hemos hecho rodar, literalmente, decenas de miles de dados de múltiples caras.

En 2011 hizo veinte años de nuestra primera partida y, puesto que ahora apenas si tenemos la oportunidad de quedar un par de veces al año, decidí embarcarme en el proyecto de rescatar algunas de las historias que durante este tiempo he compartido con ellos para, tras darles un formato digno, compartirlas con quien quiera leerlas. Me he propuesto publicar una aventura o módulo cada trimestre alternándolos con otras entradas sobre mi pasado, y escaso presente, como jugador y director de juego. Algunos de los módulos serán algo viejunos. Los hay bastante elaborados y otros muy sencillos. Más largos y completos o meras escenas, casi eventos para una partida rápida. Si alguien se reconoce en una de estas historias, gracias por haberlas jugado conmigo y bienvenido.

26 enero 2013

Clásicos del Concilio - Fugitivos - El Señor de los Anillos

Fugitivos fue una de las primeras campañas que construimos con una cierta continuidad argumental. Era 1993, Smashing Pumpkins acababa de publicar Siamese Dream aunque yo todavía no me había dejado crecer el pelo, y acabamos de sustituir el Señor de los Anillos de Joc International por un Rolemaster que tuve en mis manos por primera vez un año antes durante una de esas estancias formativas en Irlanda a la que los padres del momento solían enviar a sus hijos. En esas fechas me propuse crear algo con más cuerpo que los clásicos asaltos a guaridas orcas que habían llenado nuestras horas de juego hasta aquel momento. El resultado fue una campaña que, aunque quedó inconclusa, atrapó bastante al grupo y creó una de las primeras compañías de personajes realmente bien trenzada.
 
Fugitivos transcurrió en un Arthedain inmerso en la que sería la guerra que acabaría con el último de los tres reinos herederos de Arnor. Un territorio devastado por la guerra y sacudido por las intrigas que la descomposición del reino habían desatado fueron el paisaje en el que los personajes tuvieron que moverse. Como en toda narración épico-fantástica que se precie y en un alarde de creatividad por mi parte, si bien puedo alegar que a mi edad algo mejor hubiera resultado digno de asombro, todo empezó en una pequeña y apartada posada bajo cuyo techo se refugiaban de la lluvia siete descarriados sin hogar al que regresar ni destino al que dirigirse.

Sentado en una de las mesas Athorn (Jordi Bartrolí) calentaba sus manos acariciando con cariño un cuenco de caldo. Este dúnedain de Cardolan había sufrido ya la ira del Rey Brujo en el pasado. Su familia desapareció en la vorágine que siguió a la destrucción del reino que otrora ocupara las tierras al sur de las quebradas. Desde entonces se aferró a la idea de que su esposa Iris continuaba con vida en algún lugar y vagó en su búsqueda. Compartía mesa esa tarde con Hans (Marc Andrés) un edain de Arthedain cuyo feudo había dejado de existir barrido por las partidas de guerra angmarin que se habían lanzado sobre lo que del reino de Arvedui quedaba. Hans trataba de unirse a las fuerzas que bajo los estandartes de los hombres altos se estaban reagrupando en Fornost. Descalzo frente a la chimenea, con la cabeza todavía empapada por la lluvia de la que acababa de escapar Madroc (Carlos Bayarri) viajaba en dirección contraria huyendo de aquellos a los que el consideraba sus mejores clientes. Con la bolsa llena de vienes ajenos y en la cabeza la hija de Sanac, la benefactora que le mantuvo con vida en sus niñez y a la que sin duda echaría de menos. El enorme Guido (Pablo Bayarri) acariciaba sin especial interés el áspero pelaje de su pequeño hurón, la mirada perdida en las danzarinas llamas de la hoguera recordando la cosecha del año anterior y suspirando por la que la guerra no le permitiría recolectar ese año.





En la penumbra Yamagata (Camilo Castro, el nombre no era muy original, como he dicho éramos jóvenes...) resguía con el dedo las vetas de la arañada mesa frente a él. Dejó los bosques más allá de las Montañas Nubladas hace ya dos años tratando de que su pasado quedase tras aquellos picos nevados pero la oscuridad parecía perseguirle. Su rostro cruzado de cicatrices sonrió cortésmente cuando los dos elfos le saludaron al tomar asiento en los bancos que quedaban a su izquierda. El más alto resultaría ser Galion (Rafael Vilaplana) y su compañero Hilden (F.X. Mauri), ambos erán avari viajando desde Lindon en busca de polvo de eog para su maestro.
 
Todos ellos dirigieron la vista hacía la puerta cuando esta se abrió de nuevo con el gemido que ya conocían. El sargento y sus dos compañeros no dieron más que unos pasos más allá del umbral, sus uniformes calados y los rostros severos. No parecían disponer de mucho tiempo. A una hora de allí un grupo de desertores trataba de unirse a las fuerzas del Rey Brujo que avanzaban desde el norte, buscaban a hombres valientes que se les uniesen para dar caza a los traidores antes de que fuera demasiado tarde.

Ninguno de los presentes dudo en alistarse al instante, excepto Turlin. Todos ellos fueron engañados y se encontraron dando muerte a Rian Tarma, la sobrina del hiri Marl Tarma, y su escolta. Durante los meses que siguieron el grupo se vio obligado a huir, el hiri puso precio a su cabeza y solo localizando a aquel falso sargento y descubriendo su verdadera identidad podrían conseguir convencerle de que fueron objeto de un engaño. El viaje les llevó a Bree y Fornost, a los páramos al norte de esta última y a las colinas que hay más allá.

Entre los aspectos nuevos que incluí por primera vez dirigiendo Fugitivos hay dos que han perdurado hasta el presente. El primero son las tiradas de percepción ocultas. Antes de cada sesión cada jugador hace media docena o una docena entera de tiradas que yo registro. Durante el juego, cada vez que es necesario recurrir a esta habilidad, elijo de forma oculta y al azar una de las tiradas registradas. De esta forma los jugadores desconocen si la información que se les proporciona es completa, parcial, útil o totalmente superflua.

El segundo aspecto de juego que puse en juego por primera vez con Fugitivos y que fecha de hoy sigo empleando en mis campañas con asiduidad es el calendario. Para esta campaña preparé un calendario en el que estaban fijados a priori las rutas de los personajes jugadores clave de forma que la información que los personajes obtuvieran de un lugar fuera diferente dependiendo de la fecha en la que tansitaban por él.



No son pocos los documentos que todavía conservo de esta campaña, planos de las ruinas abandonadas y de los fuertes fronterizos, tablas de personajes no jugadores, notas manuscritas e incluso algunas de las hojas de personajes, todos ellos tienen ya casi veinte añosLo bonito es que también conservo a los mismos jugadores después de todo este tiempo.


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