Tras la serie de publicaciones sobre los pobladores de Karuchaqana, que ampliaremos más adelante con descripciones más en profundida de diversas culturas y reinos, presentaremos una descripción de Chakapuma, la urbe más importante del archipielago. Serán tres o cuatro entradas en los que se tratará desde la geografía y arquitectura de la ciudad a su organización política y económica.
CHAKAPUMA
La cabeza del puente, el lugar sagrado que el
Dios Sol pisó al completar el gran puente de piedra que desde el paraíso del Gran Paitití construyó para que sus hijos poblaran Karuchaqana. El lugar alrededor del cual gira la
historia del archipiélago y de sus dos grandes islas continente, Hanan y Hurin. La puerta de entrada al Quchanchik. La ciudad de las sesenta ciudadelas. La
ciudad sin reina. La ciudad de todos y, a su vez, la ciudad que nadie puede
poseer.
LA
MUCHAS VECES SAGRADA
La leyenda cuenta que Chakapuma
es la ciudad más antigua de Karuchaqana y pocos se atreven a ponerlo en duda. Algunos
dicen incluso que el recinto interior del templo de Inti fue construido por el
mismo Dios Sol en persona.
La ciudad sagrada ha visto pasar todas las
estaciones tantas veces que ya nadie recuerda su primera Rit'ijina, la que siguió a la
destrucción del puente y sumió al mundo en la oscuridad de los días sin sol.
Muchas
leyendas sostienen que Inti solo ofreció de
nuevo su calor cuando los primeros sacerdotes terminaron de construir el Hatun Qhapana, el gran templo, y que fue esta
demostración de devoción la que llamó la atención del Dios Sol que desde
entonces dedica medio día a observar a sus hijos abrazándoles con su luz.
Con
el tiempo el Hatun Qhapana dedicado a Inti fue
creciendo y a su alrededor nuevos templos dedicados al Dios Sol y Khilla, la Diosa Luna, al Hacedor Wiraqocha, al Destructor Pachakamq
y a todas las estrellas del firmamento cubrieron primero la isla de la última
columna y luego las vecinas al norte y al sur hasta que Chakapuma misma se convirtió en un puente que acabó por unir Hanan y Hurin.
Junto
a los sacerdotes llegaron sus siervos y también los peregrinos que acudían a
rendir tributo al gran Dios, al padre de todos, al que un día abriría de nuevo
las puertas del paraíso y descendería del firmamento para otorgarles su perdón.
Todos ellos han dado forma a la Ciudad Sagrada que no deja de crecer día tras
día.
Los
sikimira son los amos de la ciudad, los
fundadores del Hatun Qhapana y de todos los
templos relevantes. Los únicos a los que se les permite penetrar en los
recintos sacros, los administradores de las ofrendas. Los que ofician los
sacrificios y eligen a los sacrificados. Los guardianes de las ciudadelas, los
administradores de estas y los únicos que toman esclavos.
Los
pallaysu son sin embargo la especie más
numerosa. Pueblan las ciudadelas sirviendo como esclavos o tributarios de los
sacerdotes sikimira. Ofreciendo su fe sumisa y
ferviente a los dioses y poniendo su vida en las manos de los que en Karuchaqana hablan por ellos. Los pallaysu pueblan también los arrabales, la ciudad más
allá de las ciudadelas. Algunos son libres otros siguen siendo esclavos,
trabajan la tierra y pescan en el Quchanchik
y ofrecen el fruto de su trabajo en piadosa
ofrenda a los templos. Entre estos hay también errantes que llegan y se van, thamaychakay que se ofrecen ellos mismos o sus
virtudes como ofrenda. Viajeros que llegan para redimirse entregando su
esfuerzo a los dioses para los cuales las deudas nunca parecen estar saldadas
por completo.
Es entre las gentes de los arrabales que la
palabra de los misioneros wayrurongo ha tenido
más eco. Su templo no tiene murallas, su dios no tiene preferencias.
Chakapuma nunca duerme por que los dioses tampoco lo hacen. Siempre hay una
oración que recitar, un sacrificio por ofrecer o una llama que mantener
prendida.
EL
GOBIERNO
Desde el principio de los días de los que se
guarda recuerdo las reinas tienen prohibido poner un pie en la Ciudad Sagrada y
así será hasta que el puente vuelva a levantarse y el camino hacía el Gran Paitití esté de nuevo abierto. Chakapuma no tiene más reina ni señor que Inti y nunca lo tendrá.
La ciudad sagrada, aunque unida por la devoción
por el Dios Sol, no es más que una miríada de comunidades dispares, compitiendo
entre sí por la atención de Inti. Los sacerdotes
de los distintos templos libran una guerra subterránea y silenciosa por honrar
a los dioses de la forma más esplendida a la vez que compiten por las ofrendas
de los fieles.
Su rivalidad se remonta en algunos casos hasta
los días oscuros. Si pudieran, estarían en guerra continuamente pero Inti no toleraría tal ofensa y menos todavía en un
lugar tan sagrado.
Los templos han creado comunidades
autosuficientes, insulares y con un fuerte sentimiento de identidad. Siempre construidas
alrededor de un templo, una deidad o una leyenda que da cuerpo a una forma
personal de ofrecerse al Dios Sol. Pero todas ellas están sometidas a la
voluntad del Hatun Qhapana cuyos sacerdotes velan por qué este lugar sagrado no sea mancillado.
El poder de cada templo pocas veces llega más
allá de los límites de la ciudadela que lo protege. En los arrabales extramuros
no hay amo al que rendir tributo ni otra ley conocida que la mirada atenta de
los guardianes del Hatun Qhapana y sus penitentes que castigan con crueldad las
ofensas a Inti.
El Willaq uma, o
sumo sacerdote del Hatun Qhapana, es pues la
gran autoridad que lidera Chakapuma, si bien su
poder reside en su capacidad para movilizar a los fieles. Los seiscientos
penitentes son una fuerza ridículamente pequeña en una urbe en la que sesenta
mil hijos del Dios Sol duermen cada noche.
Cada una de las comunidades, enclaustradas en
sus sesenta ciudadelas, impone su ley al otro lado de los muros que las
enmarcan. Cada Ucumayu, sumo sacerdote de un
templo, gobierna en su ciudadela como si
no hubiera mundo más allá de la portalada de esta.
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