Historias del Concilio pretende dejar testimonio de casi treinta años de dados y rol.

En 1991 compré mi primer juego de rol. Fue El Señor de los Anillos, el juego de rol de la Tierra Media, traducido, publicado y distribuido en septiembre de 1989 por la editorial barcelonesa Joc Internacional. Era un libro de “tapa dura” con una ilustración de Angus McBride en la portada. Desde entonces y hasta hoy han pasado por mis manos literalmente docenas de manuales y entre mis amigos y yo hemos hecho rodar, literalmente, decenas de miles de dados de múltiples caras.

En 2011 hizo veinte años de nuestra primera partida y, puesto que ahora apenas si tenemos la oportunidad de quedar un par de veces al año, decidí embarcarme en el proyecto de rescatar algunas de las historias que durante este tiempo he compartido con ellos para, tras darles un formato digno, compartirlas con quien quiera leerlas. Me he propuesto publicar una aventura o módulo cada trimestre alternándolos con otras entradas sobre mi pasado, y escaso presente, como jugador y director de juego. Algunos de los módulos serán algo viejunos. Los hay bastante elaborados y otros muy sencillos. Más largos y completos o meras escenas, casi eventos para una partida rápida. Si alguien se reconoce en una de estas historias, gracias por haberlas jugado conmigo y bienvenido.

22 septiembre 2014

Hijos del Dios Sol - Más Allá de la Ciudad Sagrada - Los Thamaykachay

LOS THAMAYKACHAY
Su número crece día a día pero son más las diferencias que los separan que aquello que les une. Los otros, como se les conoce popularmente, son un colectivo dispar de individuos de miles de especies diferentes. Según los antiguos en los primeros días del joven hubo muchas más pero algunas han ido desapareciendo incapaces de fecundar nuevas generaciones. Algunas culturas los consideran los culpables de la ira de Inti, los hijos de las esposas que traicionaron al Dios Sol, las criaturas blasfemas nacidas de la impudicia.
 
Muchos de los thamaykachay erran por el mundo sin un hogar. Son nómadas, cazadores y recolectores. Otros se han integrado en la civilización ya sea como esclavos o individuos libres. Por lo general son tratados como ciudadanos de segunda, incluso cuando no son esclavos, pero sus habilidades especiales resultan en muchas ocasiones útiles pro lo que acaban encontrando un nicho en la comunidad en el que encajar y ser aceptados.
 
ERRANTES
La vida de los thamaykachay nómadas no es sencilla. La civilización sikimira y kumihin se expande por ambas islas continente tomando para si las mejores tierras y arrinconando al resto de especies en los parajes más inhóspitos y peligrosos. Incluso en estos los sach’aruna defienden con celo su derecho a reclamar lo que la tierra ofrece y los foráneos no son bienvenidos. 
 
Al contrario que los thamaykachay que han claudicado ante la presión de la civilización y han entregado su libertad a esta ya sea vendiéndose por un precio justo o sometiéndose a la voluntad de otros, los errantes son libres y salvajes. Incluso los sach’aruna los consideran seres  asilvestrados. Solitarios y poco dispuestos a compartir con los demás, las más de las veces porque apenas si disponen de recursos para cubrir sus propias necesidades.
 
Viven apartados de cualquier sociedad, en la profundad de las selvas o en los lugares más recónditos. Son territoriales aunque pueden tolerarse, especialmente si se trata de individuos de especies con algún tipo de vínculo. Rara vez forman comunidades y cuando lo hacen son pequeñas y se basan en una relación simbiótica a través de la cual todos los miembros obtienen un beneficio del resto. 
 
En épocas de carestía sin embargo es posible que los errantes asuman más riesgos y se dejen ver abandonando sus territorios y adentrándose en áreas más pobladas para conseguir comida o agua o para huir de una amenaza mayor.
 
SOMETIDOS
Muchos thamaykachay pueden ofrecer capacidades y habilidades que no están al alcance de ninguna otra especie. Estos individuos excepcionales son considerados una preciosa posesión y muchas comunidades los convencen, seducen o incluso cazan para someterlos a su voluntad. Son esclavos bajo el yugo sikimira o trabajadores libres que se venden por un plato de comida.  Los thamaykachay sometidos, como los pallaysu, realizan todo tipo de tareas y no hay aptitud que la civilización no sepa aprovechar. El vigor, la fuerza, la energía, la habilidad o destreza. Cualquiera que sea el aspecto en el que un thamaykachay destaque siempre hay una labor idónea para él. Desde el burdo y sacrificado trabajo en el campo hasta las interminables horas en los talleres de alfarería, metalurgia u orfebrería. 
 
Aquellos lo suficientemente afortunados como para haber conservado su libertad y autonomía son tratados con desdén y, pese a su independencia, siguen siendo individuos de segunda a ojos de la sociedad. 
 
Los sometidos toman a menudo el credo y fe de sus amos o huéspedes y se integran en su estructura económica y social. Sin embargo el espíritu salvaje permanece en ellos, especialmente en los que han sido arrancados de su hogar a la fuerza. Aunque lo cierto es que no son pocos los que incluso agradecen la protección que su nueva vida, dura y penosa, les garantiza.

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