Historias del Concilio pretende dejar testimonio de casi treinta años de dados y rol.

En 1991 compré mi primer juego de rol. Fue El Señor de los Anillos, el juego de rol de la Tierra Media, traducido, publicado y distribuido en septiembre de 1989 por la editorial barcelonesa Joc Internacional. Era un libro de “tapa dura” con una ilustración de Angus McBride en la portada. Desde entonces y hasta hoy han pasado por mis manos literalmente docenas de manuales y entre mis amigos y yo hemos hecho rodar, literalmente, decenas de miles de dados de múltiples caras.

En 2011 hizo veinte años de nuestra primera partida y, puesto que ahora apenas si tenemos la oportunidad de quedar un par de veces al año, decidí embarcarme en el proyecto de rescatar algunas de las historias que durante este tiempo he compartido con ellos para, tras darles un formato digno, compartirlas con quien quiera leerlas. Me he propuesto publicar una aventura o módulo cada trimestre alternándolos con otras entradas sobre mi pasado, y escaso presente, como jugador y director de juego. Algunos de los módulos serán algo viejunos. Los hay bastante elaborados y otros muy sencillos. Más largos y completos o meras escenas, casi eventos para una partida rápida. Si alguien se reconoce en una de estas historias, gracias por haberlas jugado conmigo y bienvenido.

08 julio 2014

Hijos del Dios Sol - Chakapuma - Parte II.

Segunda publicación referente a la ciudad sagrada de Chakapuma, centro religiosos y económico de Karuchaqana. En esta se incluye una descripción física de la ciudad.
 
CHAKAPUMA
CIUDADELAS Y ARRABALES
La ciudad sagrada cubre una enorme superficie de territorio entre Hanan y Hurin. Docenas de islas conectadas por puentes en una tupida malla que ha unido el norte y el sur de Karuchaqana.
 
En total el área urbana de la Ciudad Sagrada cubre una superficie próxima a los 60000 tupus. Ha eso hay que añadir una cantidad equivalente de superficie de cultivo.
 
La mayor parte de la superficie urbana está ocupada por las ciudadelas, recintos amurallados de forma vagamente rectangular que acogen en su interior uno o varios templos y a la comunidad que los sirve. Algunas ciudadelas menores, sin embargo, no están dedicadas a deidad alguna. Son las viviendas de aquellos a los que el Dios Sol ha sonreído con su bendición y prosperado lo suficiente como para rodearse del lujo.
 
Un caos de pequeñas edificaciones organizadas en un laberinto de callejas estrechas ocupa los espacios entre una ciudadela y otra, extendiéndose al norte y al sur hasta desaparecer devorada por los campos de sara y anpi. Son los arrabales en los que moran aquellos con menos recursos.
 
El paisaje local se completa con  serie de estructuras dispersas como depósitos, caminos, cementerios, acequias y diques que acaban de dar forma a Chakapuma. Además cientos de grandes pozos a los que se desciende a través de estrechas rampas que discurren por su perímetro abastecen a los habitantes de la Ciudad Sagrada de agua.
 
Chakapuma se ha construido empleando materiales propios de la región. El barro y la caña se combinan para dar forma tanto a los más suntuosos palacios como a las viviendas más humildes. En ocasiones estos se han decorado con pinturas policromadas pero por lo general el ocre domina el territorio dando color a los muros y calles por igual.
 
Las ciudadelas
Se dice que la Ciudad Sagrada alberga sesenta ciudadelas aunque en realidad su número varía al caer algunas, abandonadas por sus moradores o su Dios, y levantarse nuevas promovidas por señores lejanos o dedicadas a nuevas deidades.
 
Aunque la diferencia de tamaño entre la mayor y la menor de las ciudadelas es enrome todas ellas comparten características formales. Son áreas cercadas de forma rectangular orientadas hacía poniente, el lugar donde se encuentra el paraíso del Gran Paitití. Todas disponen de un único acceso ubicado en el muro de levante y la zonificación interior es, en líneas generales, idéntica. Obviamente cada comunidad tiene sus particularidades y las diferencias en la población que albergan exigen de variaciones necesarias pero el esquema genérico se repite.
 
Por lo general están divididas en tres sectores: El sector de levante, el central y el de poniente.
 
El sector de poniente recibe al visitante. Tras cruzar la menuda puerta horadada en la muralla un patio amplio circundado por muros bajos a derecha e izquierda del cual se encuentran los talleres y depósitos diversos sirve para oficiar las ceremonias menores de tipo público.
 
Un único acceso que se alcanza tras subir una pequeña rampa da paso al sector central.  Los primeros espacios al otro lado del acceso se denominan audiencias y albergan pequeños templos abiertos a los fieles en los que se realizan las oraciones y se depositan las ofrendas. Las audiencias sirven también como espacios de recepción y reunión en el que se completan las tareas administrativas de la ciudadela.
 
El sector central alberga también los almacenes y las residencias de los más notables habitantes de la ciudadela no vinculados directamente al templo principal.
 
El sector de levante está generalmente fragmentado en porciones independientes. En la más importante de estas se encuentra el templo principal, por norma general constituido por una  pequeña pirámide trunca de baja altura, en el interior de la cual se ofician los rituales diarios  destinados a complacer a la deidad correspondiente. El resto de secciones del sector de poniente incluyen pozos ceremoniales, residencias del clero, almacenes de bienes y ofrendas y otros recintos organizados alrededor de espacios abiertos en los márgenes de los cuales se levantan construcciones sencillas que acogen las actividades domésticas de los habitantes menos relevantes de la ciudadela. Son los dormitorios de esclavos y siervos, guardias y artesanos que comparten su espacio vital con las  cocinas y otras estancias similares. Es aquí también donde se ubica el pozo de agua que abastece a todos los habitantes de la ciudadela.
 
Las edificaciones en el interior de las diversas  ciudadelas ofrecen una gran variedad de formas y diferencias en cuanto al tamaño y calidad de sus construcciones según sea la riqueza de la comunidad que las ocupa. Sin embargo, tanto las ciudadelas construidas alrededor de los templos más importantes como las pequeñas estructuras propiedad de los mejor posicionados  socialmente comparten la mayoría de  características, como son patios, audiencias, depósitos, pozos de agua, orientación y distribución interna.
 
Estos edificios no sirvieron únicamente como residencias y centros de adoración, sino, también a una vasta gama de actividades relacionadas con la administración. Todas las ciudadelas se han erigido  mediante muros de adobe sobre cimientos de piedra unidos con barro, más anchos en la base y angostos en la cima.  El adobe es un material hecho de barro mezclado con arena, cascajo y a veces fragmentos de cerámica, dispuesto sobre moldes y endurecido tras secarse al sol.
 
Los techos se confeccionan entretejiendo atados de paja colocada sobre estructuras de madera. Los muros que circundan las ciudadelas pueden alcanzar hasta las doce varas de altura y las cinco varas de espesor en su base y son una defensa formidable tanto contra los posibles enemigos como contra el viento que habitualmente barre la ciudad.
 
· Ciudadela de Inti
La mayor de las ciudadelas de Chakapuma es la que protege el Hatum Qhapana, el templo del Dios Sol. El templo está situado justo sobre el punto en el que le gran puente de piedra sobre el mar terminaba y la ciudadela ha crecido alrededor de este a medida que el culto ha ganado adeptos y las ofrendas se han multiplicado.
 
El templo en si es una pirámide truncada de más de treinta varas de altura que puede verse desde casi toda la ciudad, su sombra marca el paso de las horas y su mera presencia hace que sea difícil perderse. Solo los sacerdotes pueden acceder a las estancias sagradas del interior del gran templo pero algunas de las ceremonias más importantes se celebran en la cúspide de la misma de forma que todos los fieles puedan participar de estas. El Hatum Qhapana, como es lógico, ocupa el lugar preeminente del sector de levante de la ciudadela que está circundada por una enorme muralla de doce varas de altura. En ese mismo sector se encuentran  las residencias de los sacerdotes, a la derecha del templo, y la del resto de habitantes de la ciudadela, a la izquierda de este. Mientras las estancias de los sacerdotes son amplias y espaciosas, están bien organizadas y dispuesta de forma que la vida en ellas sea cómoda y fácil, el recinto para el resto de habitantes de la ciudadela es una suerte de barriada caótica que circunda el pozo y en el que esclavos y siervos se mezclan con guaridas y artesanos. Con todo estas residencias son más cómodas y confortables que las que pueden encontrarse en los arrabales y a los afortunados que habitan en el interior de la ciudadela no les falta ni el agua y ni los alimentos.
 
El sector central está organizado alrededor de un gran estanque ceremonial y dos espacios abiertos dedicados igualmente a ceremonias privadas. Múltiples almacenes para las ofrendas rodean estos espacios y a su vez más de una docena de audiencias dedicadas a dioses menores del panteón solar completan el conjunto. Los fieles pueden acceder a las diferentes audiencias para solicitar la bendición de las deidades y depositar sus ofrendas que los sacerdotes retiran de forma regular a medida que se van acumulando frente a los iconos de las divinidades. El tráfico es intenso tanto de día como de noche pero los visitantes guardan pacientemente su turno sabedores de que el Dios Sol les observa.
 
El sector de poniente contiene la única entrada recinto y la gran plaza pública a la que todos los habitantes de Chakapuma tienen permitido acceder. Esta está circundada por los talleres de los artesanos del templo y es aquí donde las ceremonias públicas se celebran. Una plataforma central domina el espacio y es habitual que se formen colas ante la pequeña portezuela que da acceso a las audiencias del sector central. Solo los habitantes de la ciudadela pueden ir más allá del sector de levante y el acceso que se realiza a través de angostos pasillos es celosamente guardado por sacerdotes y penitentes.
 
Los muros interiores de la Ciudadela de Inti están ornados con elaborados frisos y relieves que acompañan al visitante en todo el recorrido. Según se avanza hacia el interior del complejo los ornamentos son cada vez más suntuosos y se combinan con tapices y alfombras de vivos colores y piezas de oro y plata así como delicada cerámica elaborada por los artesanos del templo. 
 
Los sacerdotes de mayor rango raramente abandonan la ciudadela y cuando lo hacen es en palanquín pues se les está prohibido pisar la tierra impura que se extiende fuera de la muralla. Son los sacerdotes de menor rango los que se encargan de los menesteres administrativos y de la relación de la comunidad con el resto de la ciudad. 
 
El templo también mantiene un cuerpo de guardias conocidos como penitentes. Estos individuos han cometido crímenes atroces en el pasado y se han ofrecido en sacrificio a Inti para expiar su culpa. No temen la muerte por que están oficialmente muertos y solo permanecen en Karuchaqana para ejercer de brazo ejecutor del Dios Sol hasta el día en que sean sacrificados en su honor en el altar del Hatum Qhapana. Son también ellos los que vagan por la Ciudad Sagrada asegurándose de que no se comete ofensa alguna contra el padre de la vida y ninguna estancia está prohibida para ellos ni ninguna puerta permanecerá cerrada en su camino. 
 
Además de los sacerdotes y los penitentes en la ciudadela viven cerca de tres mil esclavos, siervos y artesanos, lo que eleva el número total de habitantes de la ciudadela hasta casi los seis mil, una décima parte de la población de Chakapuma. La mayoría de los primeros son pallaysu aunque también hay thamaychakay y algunos sikimira  chutu waqracha o kumihin. Los artesanos y siervos, por el contrario, al igual que los sacerdotes, son en su mayoría sikimira. Ninguno ha nacido en Chakapuma, pues no hay reinas en la ciudad, y todos fueron ofrecidos al templo como ofrendas por sus familias, señores o reinas. Una vez han cruzado la puerta del templo dejan de pertenecer a su comunidad de origen para convertirse en miembros de la ciudadela. Esto provoca que haya entre los habitantes una disparidad de tamaños formas y colores que abarca prácticamente todos los espectros posibles.
 
· La Ciudadela del Pequeño Sol
Su nombre real es la Ciudadela de Inti Munakuq pero son pocos los que se refieren a ella con de esta forma.  Popularmente se conoce como la Ciudadela del Pequeño Sol término acuñado con cierta sorna debido al tamaño de la misma comparado con el de la Ciudadela de Inti. La Ciudadela del Pequeño Sol alberga en su zona noble un templo dedicado a Inti cuyas proporciones resultan ridículas al lado del  Hatum Qhapana. En general, la ciudadela en si presenta una imagen ajada y pobre. Las murallas que la circundan, ya de por si no muy impresionantes, adolecen de falta de mantenimiento y la puerta del pequeño acceso en la fachada de poniente ha perdido la policromía original con la que se decoró.
 
El nombre común que las gentes de Chakapuma han dado a la ciudadela hace también referencia al culto que acoge y a los fieles que lo secundan. Inti Munakuq es una versión amorosa del Dios Sol. Un Dios Sol que ama a todas las especies por igual pues todas son sus descendientes, que no se encolerizó, ni abandonó a los suyos porque siempre ha estado en el cielo observándoles. Los sacerdotes que oran en el templo no lo hacen para pedir perdón y anhelando regresar al paraíso pues el paraíso para ellos es Entom mismo y su misión es trabajar para convertir el mundo en digno de su creador. 
 
Todo el mundo es bienvenido en la Ciudadela de Inti Munakuq y el patio del sector de poniente está circundado por pequeñas construcciones algo precarias que dan cobijo a enfermos y necesitados a los que los sacerdotes tratan de forma altruista. 
 
El Willaq uma observa con recelo la actividad en la Ciudadela del Pequeño Sol. No deja de ser una herejía pero mientras sus feligreses sigan siendo esclavos  y siervos, vagabundos y descarriados no representará un amenaza. Tales creyentes no realizan ofrendas relevantes y eso empuja a la pobreza a los sacerdotes cuya generosidad los arrastra a la decadencia y eventualmente a la desaparición. Lo cierto es que sin el apoyo de un benefactor la Ciudadela de Inti Munakuq tiene los días contados y su obra benéfica desaparecerá con ella.
 
· La Ciudadela de la Primera Esposa del Sol
Los Hijos de la Primera Esposa del Sol veneran a Inti por encima de todos los dioses pero rinden culto igualmente a su reina Warmi, la primera esposa del Dios Sol y reina eterna de Entom. La ciudadela de la Primera Esposa del Sol ha crecido enormemente durante las últimas estaciones y si bien no es la segunda en extensión sí que se ha convertido en la segunda más poblada con alrededor de cuatro mil Hijos de la Primera Esposa del Sol haciendo noche en el interior de sus muros, incluyendo una fuerza militar de alrededor de seiscientos soldados.
 
La estructura genérica de la ciudadela sigue los patrones habituales pero presenta algunas particularidades. Solo se permite el acceso a la plaza pública a los sikimira pues los Hijos de la Primera Esposa del Sol consideran al resto de especies impuras y culpables de la ira de Inti que empujó a su reina al exilio. Los Hijos de la Primera Esposa del Sol tienen prohibido incluso dirigir palabra alguna a los individuos de otras especies ni por lo tanto tratar con ellos en modo alguno. Incluso los sikimira que no rinden culto a la Primera Esposa del Sol no tienen permitido ir más allá de la plaza pública de la ciudadela y el acceso a las audiencias les está barrado.
 
El templo principal de la ciudadela tiene una doble función y se ha construido para cumplir con ambas. Además de ser el lugar principal de culto en el que se ofician las ceremonias más importantes es también la morada que ocupara Warmi en su viaje de regreso al Gran Paitití el día que el puente se levanté de nuevo. Se trata de una pirámide truncada que, al contrario que el resto de las de Chakapuma, se ha levantado en bloques macizos de roca transportados directamente desde el altiplano. Esto ha enfurecido al Willaq uma que considera que erigir un templo tan hermoso a una reina en la Ciudad Sagrada supone una ofensa contra el Dios Sol.
 
La ciudadela de la Primera Esposa del Sol se financia exclusivamente mediante las ofrendas de los hijos de esta y todos los habitantes de la misma son originarios de esta comunidad. Algunos viajan hasta Chakapuma solo para permanecer un tiempo ofreciendo su capacidad de trabajo como ofrenda o pago tributario y después regresar a la cordillera. Es raro ver a un Hijo de la Primera Esposa del Sol por las calles de la Ciudad Sagrada pues raramente abandonan la ciudadela y si lo hacen es para regresar a su hogar en las montañas o, en ocasiones especiales, orar en el Hatum Qhapana.
 
· La Ciudadela de la Luna
El principal templo dedicado a Khilla, la diosa luna hermana de Inti, se encuentra en esta ciudadela controlada por los sacerdotes de la Casa de la Luna. Si se compara con el Hatum Qhapana o la ciudadela de la Primera Esposa del Sol la ciudadela de la luna es relativamente modesta. Apenas dos mil individuos forman la comunidad pero al contrario que en otros lugares el grupo mayoritario en este caso son artesanos y comerciantes.
 
Los herederos de la luna son ávidos mercaderes y la plaza pública de su ciudadela se convierte todos los días en un mercado alternativo en el que los productos importados desde la Sian se intercambian por otros llegados de otros lugares o producidos en Chakapuma. Este mercado privado además tiene la particularidad de aceptar los sul, unas piezas rectangulares de cobre que funcionan como moneda de curso y facilitan el intercambio. Es posible que algunos mercaderes en el mercado principal acepten también los sul como pago por sus productos pero no es habitual. Solo en la plaza pública de la ciudadela de la luna estas tiras de cobre tienen un valor real. 
 
· La Ciudadela de Supay
Bajo la superficie de Entom se encuentra el Supaihuasin, el inframundo ígneo en el que habitan los muertos y en el que reina Supay. Supay es la encarnación de los misterios selváticos y causante de los maleficios, pestes, inundaciones, sequías y todo cuanto hiere la imaginación y horroriza.

Los habitantes de Karuchaqana temen a Supay pero también le honran. Han construido altares y templos en su honor y en ellos realizan ofrendas para ganarse su protección o agasajarle para que no les toque con su oscuridad.

Muchas ciudadelas incluyen altares o audiencias dedicadas al rey de los muertos pero solo hay un único templo consagrado a Supay y alrededor de este ha crecido una ciudadela que se encuentra entre las mayores de la ciudad.

El templo en si es una gran pirámide truncada de varios niveles cuyo tamaño solo está por detrás del Hatum Qhapana y el macizo templo de la Primera Esposa del Sol. Oscura como el la divinidad a la que está consagrada la leyenda dice que bajo el templo hay todo un complejo de túneles y escaleras que descienden prácticamente hasta los dominios del mismo Supay en las profundidades de Entom. En su consagración se sacrificaron tres reinas sikimira pues no hay ofrenda que complazca más al rey de los muertos que el alma de una esposa de Inti.

La ciudadela de Supay recibe sin embargo recibe importantes ofrendas de reinas y siervos por igual pues es de sabios congratular al rey de los muertos. Esto le ha permitido crecer de forma constante y mantener a una población de varios  miles de personas que habitan en el interior del recinto que está circundado por impresionantes murallas de color negro. Los sacerdotes que atienden el templo llegan a él como ofrendas de sus señores y reinas y una vez iniciados en el culto raramente abandonan el recinto. El resto de los que habitan la ciudadela son prácticamente todos ellos esclavos pues solo por la fuerza sería posible conseguir que alguien hiciera noche en un lugar tan siniestro.

La estructura de la ciudadela sigue los cánones habituales con el templo situado en la zona noble de levante y el acceso en la muralla de poniente. El silencio reina en el interior de la ciudadela y aquellos que acuden a las audiencias a depositar sus ofrendas suelen demorarse solo el tiempo justo y necesario.

· La Ciudadela de Qocha
Justo sobre la orilla de levante, con sus murallas siendo acariciadas de forma constante por las olas y la espuma del mar se levanta la ciudadela de Qocha. De proporciones relativamente modestas acoge en su patio de bienvenida el mercado de pescadores más importante de Chakapuma, pues no hay lugar más adecuado para este que a la sombra del templo de Qocha, la diosa del mar y sus mareas, de los lagos, ríos y fuentes de agua, la madre de los manantiales. Ella calma las aguas bravas y llena las redes de los pescadores.
 
El mercado del patio de bienvenida suele estar lleno de vida desde primera hora del día y las audiencias reciben al amanecer a los pescadores en busca de buena fortuna y protección para la jornada que tienen por delante y a los que regresan por la tarde a agradecer a Qocha que les regale una nueva jornada de vida.
 
La ciudadela recibe ofrendas de muchas de las comunidades sikimira que pueblan la costa de levante de Hanan lo que, unido al movimiento del mercado le proporciona una economía desahogada aunque está lejos de competir con las grandes ciudadelas de Inti, Supay o de la Primera Esposa del Sol. Entre sacerdotes, artesanos, siervos y esclavos aproximadamente un millar y medio de almas viven bajo la protección de Qocha tras las murallas de la ciudadela que están decoradas con relieves que recuerdan el oleaje del mar.
 
· La Ciudadela de Illapa
Pese a que Illapa es un dios popular el templo a él consagrado en Chakapuma es pequeño. Muchas otras ciudadelas conservan en sus audiencias imágenes o ídolos de Illapa y son muchos los que hacen allí sus ofrendas y oraciones al dios de la lluvia, el rayo y el trueno. Los grandes templos de Illapa se encuentran en realidad en las cumbres del Anti, cerca del dios al que en ellos se veneran y son estos los que reciben las mayores ofrendas.
 
La ciudadela de Illapa es por tanto pequeña y apenas acoge a medio centenar de individuos que viven de forma modesta y sencilla. Solo cuando la sequía se cierne sobre Chakapuma sus altares se llenan de presentes y sus audiencias de fieles en busca del perdón por haberle desatendido. Es entonces cuando le ruegan que tronar con su honda, cuya piedra contiene el rayo y el relámpago.
 
Se dice que Illapa es un dios distraído y que es esto lo que causa los intermitentes periodos de escasez.  Pero también  es un dios compasivo es por ello que cuando la sequía se alarga más de lo conveniente y no hay signos de que vaya a terminar se atan allqus negros en el patio del templo para que padezcan el hambre y la sed de forma que su sufrimiento compadezca al dios y este envíe a la lluvia en su ayuda.
 
· La Ciudadela de Aykisi
El anhelo de muchos en la Ciudad Sagrada es lograr abandonar los arrabales. Aquellos a los que la fortuna ha sonreído y disponen de los recursos suficientes para ello construyen sus propias ciudadelas, replicas a escala de las grandes estructuras que circundan los templos. Aykisi, es un orfebre thamaychakay cuyos trabajos prendaron los ojos de muchos sacerdotes y se ha ganado con ello una posición envidiable. Ahora tiene a otros tres thamaychakay trabajando a su taller y cuatro pallaysu de su propiedad que se encargan de las tareas mundanas del día a día.
 
Su ciudadela se encuentra lejos de la zona noble y las dimensiones de la misma son discretas. Los muros que la rodean apenas alcanzan las cuatro varas de alto y en lugar de adobe se han levantado con qincha, mucho más barata. El patio del sector de levante es pequeño y se esfuerza por no dejarse ganar terreno tanto  por los talleres a la derecha como por los almacenes a la izquierda. El sector central incluye una única audiencia, pequeña y discreta en la que Aykisi recibe a sus compradores y cierra los tratos. Un segundo recinto guarda el pequeño pozo del orfebre. El sector de poniente está dividido en tres espacios. El central lo ocupa el mismo Aykisi. Su estancia es sencilla pero amplia y cómoda. Los artesanos que trabajan para él comparten el espacio a la derecha y los esclavos pallaysu el de la izquierda que hace las veces también de cocina.
 
Los Arrabales
En el espacio que queda libre entre una ciudadela y otra se amontonan gran cantidad de viviendas de pobre construcción, a manera de barrios marginales. , los arrabales lo son de la pobreza y la miseria. En estas barriadas hacen su vida la mayoría de los esclavos. En su mayoría ocupados por pallaysu y thamaychakay, aunque también algunos sikimira caídos en desgracia, que caminan por calles sucias y estrechas, por algunas de las cuales ni siquiera cabría un animal. Sus cuerpos se apelotonan unos contra otros, y pasan las noches en humildes viviendas, si es que se les puede llamar así. Las casas se amontonan, compartiendo muros para ahorrar en lo posible y con pequeñas puertas como único acceso al interior de las mismas.
 
Estas edificaciones difieren completamente, en cuanto a sus características, de las ciudadelas. Son construcciones que presentan una fuerte aglomeración y sin orden aparente. Están hechos con muros de canto rodado de media vara de alto, que sirven de base para paredes de quincha, con techos del mismo material, soportados por horcones de madera. La qincha consiste fundamentalmente en un entramado de caña recubierto con barro barato y sencillo de levantar.
 
Aproximadamente dos tercios de la población de la Ciudad tienen la desgracia de vivir en estos arrabales, la mayoría de ellos esclavos; aquellos que son lo bastante poco afortunados como para no tener su hogar cerca de sus amos en las ciudadelas. Casi todos ellos se dedican a duras tareas físicas, como el cultivo o la producción de bienes pues en los arrabales se alojan también muchos artesanos menores o peregrinos sin recursos. La densidad de población es increíblemente alta y las condiciones de vida lamentables.
 
Los deshechos se acumulan en las aceras, atrayendo la enfermedad y provocando un hedor insoportable, exacerbado por la descomposición que ocasiona el fuerte sol en las basuras. Las calles zigzaguean en ángulos impredecibles, haciendo que hasta el trayecto en apariencia más simple se convierta en algo tan difícil como salir de un laberinto para aquellos que no conocen un determinado barrio.
 
Y no sólo eso, sino que la propia estructura de los arrabales cambia continuamente. Como los edificios no reciben el mantenimiento adecuado y están construidos con materiales pobres, se deterioran con facilidad; en pocos años se derrumban, haciendo que los que los habitaban deban buscar otro hogar. Un hogar que construyen donde pueden, deprisa y corriendo, en el primer hueco que son capaces de encontrar.
 
A consecuencia de esto, lo que antes era una calle al poco tiempo se convierte en un edificio y viceversa. Alguien que pasara unos meses alejado de los arrabales de su ciudad podría encontrarse al volver con que no logra orientarse.
 
En lo que respecta a la seguridad, mientras que en las ciudadelas apenas si hay peligros, en los arrabales no hay nadie que se encargue de que no se produzcan problemas. O mejor dicho, sí hay quienes se ocupan de este trabajo, pero sólo ofrecen su protección a aquellos que la “merecen”. Bandas de mafiosos, criminales, ladrones y asesinos campan a sus anchas por las zonas más pobres de la ciudad.
 
Más de un thamaychakay ha llegado a amasar grandes fortunas y alcanzar un nivel de vida francamente envidiable a base de aprovecharse de sus vecinos, dedicándose a actividades poco lícitas. Pero mientras no pongan la mano encima a ningún sacerdote o no ofendan al Dios Sol pueden estar tranquilos.
 
El Mercado
Tan bullicioso como los arrabales, pero por otros motivos muy diferentes, el mercado de Chakapuma cubre un amplio espacio abierto frente a la ciudadela del Hatum Qhapana.
 
En esencia no es más que una enorme plaza vacía pero en ella se llevan a cabo actividades de una enorme importancia para el buen funcionamiento de la Ciudad Sagrada. Sobre su superficie cientos de comerciantes montan sus puestos a diario, e infinidad de emprendedores ofrecen sus servicios.
 
Lo mismo puede encontrarse en el mercado a un nómada thamaykachay que intenta conseguir un buen cambio por su karhua, como un sacerdote sikimira que inspecciona impertérrito una partida de esclavos pallaysu con ojos inquisitivos.
 
Aquí se llevan a cabo todo tipo de trueques, desde los más humildes, como lana de paqucha a cambio de grano de sara, a los más extravagantes, como un uturunku albino por una espada de acero wayrurongo ricamente labrada.
 
Pero los negocios más tradicionales no son los únicos que se dan en el mercado, a pesar de lo que el nombre pueda sugerir. También es habitual ver mercenarios reunirse en torno al poste de reclutamiento, adivinos que ofrecen sus servicios a todo el que pasa o atrevidos tahúres organizando timbas de juegos de azar. Y de otras actividades comerciales es mejor no hablar.
 
El mercado es el lugar más colorido y llamativo de Chakapuma. Pero bajo ningún concepto se puede bajar la guardia ni dejarse distraer por el espectáculo; a pesar de los esfuerzos de los penitentes, se encuentra entre los sitios favoritos de los amantes de lo ajeno para hacer gala de sus habilidades.
 
El Templo de la Promesa
Perdido entre los arrabales que se apelotonan sobre la playa del Quchanchik se encuentra la pequeña estructura de qincha que los wayrurongo han erigido para rendir culto al creador. El edificio, sencillo y parco en decoraciones, tiene planta circular y frente a su entrada principal las chabolas han dejado un pequeño espacio abierto. El interior es igualmente austero. La luz que se filtra por las estrechas ventanas apenas llega a iluminar la sala en el centro de la cual hay un altar de roca y sobre el que pende una talla policromada en forma de circunferencia mecida por la tenue brisa que llega del mar a través de las ventanas.
 
En la parte trasera hay un pequeño patio y varias salas menores en las que hacen su vida los misioneros.
 
Los sacerdotes wayrurongo ofician servicios cinco veces al día y el recinto suele estar abarrotado en todos ellos e incluso es común encontrarse a fieles orando a otras horas.
 
El templo ha sufrido ya dos incendios en menos de un cuarto de generación pero ha sido reconstruido en el mismo lugar tras cada uno de ellos. Hay quien asegura que estos incidentes no son casuales y que el mismísimo Willaq uma ha  conspirado con la intención de expulsar de la Ciudad Sagrada a los adoradores del falso Dios.

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